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Alta ColombiaEl esplendor de la montaña /

El Páramo

El Páramo

Laguna El Tigre. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Laguna El Tigre. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

Laguna del Otún, Risaralda. Cristóbal von Rothkirch

Laguna del Otún, Risaralda.   Cristóbal von Rothkirch.

Volcán Nevado Santa Isabel, Caldas. Cristóbal von Rothkirch

Volcán Nevado Santa Isabel, Caldas.   Cristóbal von Rothkirch.

Paramillo de Santa Rosa, Risaralda. Cristóbal von Rothkirch

Paramillo de Santa Rosa, Risaralda.   Cristóbal von Rothkirch.

El Valle Secreto. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.  Cristóbal von Rothkirch

El Valle Secreto. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.    Cristóbal von Rothkirch.

El Santuario Blanco, Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

El Santuario Blanco, Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

Parque Nacional Puracé, Cauca. Cristóbal von Rothkirch

Parque Nacional Puracé, Cauca.   Cristóbal von Rothkirch.

Nevado del Huila. Cristóbal von Rothkirch

Nevado del Huila.   Cristóbal von Rothkirch.

Alto río Ratoncito. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Alto río Ratoncito. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

Laguna De Los Témpanos. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Laguna De Los Témpanos. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

Nevado del Huila. Cristóbal von Rothkirch

Nevado del Huila.   Cristóbal von Rothkirch.

Alto río San Pablín, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Alto río San Pablín, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

Duriameina. Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena.  Cristóbal von Rothkirch

Duriameina. Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena.    Cristóbal von Rothkirch.

Duriameina. Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena.  Cristóbal von Rothkirch

Duriameina. Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena.    Cristóbal von Rothkirch.

Valle de Los Cojines. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Valle de Los Cojines. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

Termales de San Juan. Parque Nacional Puracé, Cauca. Cristóbal von Rothkirch

Termales de San Juan. Parque Nacional Puracé, Cauca.   Cristóbal von Rothkirch.

Termales de San Juan. Parque Nacional Puracé, Cauca. Cristóbal von Rothkirch

Termales de San Juan. Parque Nacional Puracé, Cauca.   Cristóbal von Rothkirch.

Alto río Ratoncito, Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Alto río Ratoncito, Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

Las Playitas. Güicán, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Las Playitas. Güicán, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

Alto río Ratoncito. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Alto río Ratoncito. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

Texto de: Carlos Mauricio Vega

Parecen muchos. Pero los 64 picos nevados que se encuentran repartidos en dos Sierras y dos cadenas volcánicas colombianas son en realidad la excepción de una ley, la de los páramos. En efecto, las montañas de Colombia se caracterizan por la presencia generalizada del páramo como piso térmico propio. Es el páramo la culminación natural del bosque de niebla, el origen del agua en todo el país y el remate geológico habitual de sus montañas. Los páramos constituyen un cinturón definido, un piso térmico que recorre miles de kilómetros a lo largo de las tres cordilleras, los dos macizos y las cinco sierras y serranías independientes que conforman el sistema orográfico del país.

La aparición del superpáramo y del glaciar en Colombia implica alturas superiores a los 4.000 m., alturas que resultan excepcionales en nuestro medio. Hay que viajar mucho y muy lejos para encontrarlas. Sin embargo, ahí están, a 25 kilómetros en línea recta desde Ibagué, o 42 desde Santa Marta. Tan distantes para sus habitantes como si estuvieran en otro planeta. Y es que, en efecto, se trata de otro planeta, en términos de cultura. El colombiano medio vive de espaldas a su paisaje, a sus montañas, a su país.

El páramo severo se hace aún más adusto en el invierno, cuando las nubes se asientan sobre los copos de los encenillos y avanzan calladamente hasta arroparlo y ocultarlo todo con su vellón.

Los niños han salido a recoger el ganado. Afuera azota la llovizna, indeclinable. Se empapan los gorros de lana pero se mantiene la alegría. Criados a 4.000 m., no hay secretos en su triscar por la ladera. Regresan con el crepúsculo, las manos moradas y el diente golpeando con el diente. En la cocina, hecha con troncos de frailejón y sellada con humo, resuena el balero. Las risas llegan con el sancocho campesino, de habas, papa y algo de hueso de chivo.

Afuera las nieblas siguen su callada procesión, y en los collados de los picos solitarios, el viento tamiza la fina nevada.

Con el buen tiempo, el páramo se muda en vergel. Del severo pajonal que parecía surgen mil detalles vegetales. Los pantanos cambian según el sol les pegue; los bosques de encenillos y de rojos “polylepis”, nacidos al abrigo de las enormes rocas partidas por la gelifracción, se muestran poéticos y coloridos cuando poco antes sólo exhibían raquíticos palos azotados por la ventisca.

El páramo, como un templo, se presta para el recogimiento. Impone y exige respeto y silencio. El profundo verde oscuro de sus copas se mimetiza con el del pajonal. Aun sobre los 4.000 m., el menor refugio contra la ventisca propicia el nacimiento de una comunidad de esos batallones vegetales del páramo. La morrena, compuesta a veces de bloques del tamaño de casas, a veces de fino polvo donde el montañista se zambulle como esquiando, muere en estos últimos bosques de los 4.000 m. y anuncia el superpáramo.

Los páramos son el lugar común de nuestras altas montañas; los nevados, su excepción. Los páramos son el espíritu de los Andes colombianos. Poseemos la mayor extensión de páramos del mundo. Para entender estas afirmaciones, que generalmente se atribuyen a mentes calenturientas o a orgullos provincianos, definamos páramos como tierras altas del cinturón tropical; no como las “highlands” escocesas, ni como la puna peruana.

Es frecuente reconocer la huella del trabajo glacial en los circos que forman la laguna de páramo, en los meandros de los valles de las partes altas de los ríos, en las cimas rocosas, en las cuestas formadas por millones de toneladas de material de arrastre transportado por la cola del glaciar. Pero el paisaje de las altas montañas colombianas tiene más que ver con la severidad de la tundra canadiense, con el espíritu recogido del “highlander” escocés, que con el vértigo de los picos alpinos. Por supuesto que este vértigo se encuentra si uno se adentra en los valles secretos de la Sierra de Santa Marta o del Cocuy, incluso en los abismos de Iguaque, Chingaza o Pisba; pero el lugar común es la altura serena y ominosa del verde oliva lúgubre pero hermoso que vemos en el Sumapaz, en Guantiva, en Ocetá, en Salento.

Los páramos desempeñan un papel fundamental en la generación hídrica del país y en su equilibrio biológico. Sus suelos, extraordinariamente ácidos e infértiles, no son apropiados para la agricultura. La escena, cada vez más frecuente, del ganado metido en cotas cercanas a los 4.000 m., o de los páramos convertidos en extensos sembrados de papa, es funesta para nuestras corrientes de agua. El suelo del páramo permite el crecimiento de especies vegetales de raíces superficiales, pero de tejido espeso. El pajonal del páramo, su musgo, sus bosques ralos y sus pantanos, actúan como bancos de agua que a manera de esponjas la almacenan hasta que por escorrentía forman pequeñas quebradas, los nacimientos de otros tantos ríos.

El páramo es además constante laboratorio biológico para especies endémicas. Los halcones, los búhos, las águilas y, por supuesto, los cóndores alternan sus dominios con osos de anteojos, con ciervos y borugos y comadrejas y toda clase de lagartos, batracios e insectos. La noche es el tiempo de la caza y de la supervivencia en el páramo.

En la compenetración con las montañas se establecen afectos con determinados lugares, vínculos esenciales. Aquel vallecito de difícil acceso al costado de la laguna de Los Témpanos, sus coloridos pantanales y la cascada que durante la mañana refleja siempre un arco iris. Los gigantescos monolitos entre los cuales crecen protegidos los frailejones. La piedra que acercamos como asiento sigue ahí, donde la dejamos, años atrás. Y es que algo de nosotros se queda siempre allí, en ese páramo secreto, ese algo que como un eco nos seguirá llamando toda la vida.

Alta Colombia
El esplendor de la montaña /
El Páramo

#AmorPorColombia

Alta Colombia El esplendor de la montaña / El Páramo

El Páramo

Laguna El Tigre. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Laguna El Tigre. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Laguna del Otún, Risaralda. Cristóbal von Rothkirch

Laguna del Otún, Risaralda.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Volcán Nevado Santa Isabel, Caldas. Cristóbal von Rothkirch

Volcán Nevado Santa Isabel, Caldas.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Paramillo de Santa Rosa, Risaralda. Cristóbal von Rothkirch

Paramillo de Santa Rosa, Risaralda.   Cristóbal von Rothkirch.

 

El Valle Secreto. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.  Cristóbal von Rothkirch

El Valle Secreto. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.    Cristóbal von Rothkirch.

 

El Santuario Blanco, Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

El Santuario Blanco, Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Parque Nacional Puracé, Cauca. Cristóbal von Rothkirch

Parque Nacional Puracé, Cauca.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Nevado del Huila. Cristóbal von Rothkirch

Nevado del Huila.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Alto río Ratoncito. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Alto río Ratoncito. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Laguna De Los Témpanos. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Laguna De Los Témpanos. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Nevado del Huila. Cristóbal von Rothkirch

Nevado del Huila.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Alto río San Pablín, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Alto río San Pablín, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Duriameina. Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena.  Cristóbal von Rothkirch

Duriameina. Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena.    Cristóbal von Rothkirch.

 

Duriameina. Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena.  Cristóbal von Rothkirch

Duriameina. Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena.    Cristóbal von Rothkirch.

 

Valle de Los Cojines. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Valle de Los Cojines. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Termales de San Juan. Parque Nacional Puracé, Cauca. Cristóbal von Rothkirch

Termales de San Juan. Parque Nacional Puracé, Cauca.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Termales de San Juan. Parque Nacional Puracé, Cauca. Cristóbal von Rothkirch

Termales de San Juan. Parque Nacional Puracé, Cauca.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Alto río Ratoncito, Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Alto río Ratoncito, Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Las Playitas. Güicán, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Las Playitas. Güicán, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Alto río Ratoncito. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch

Alto río Ratoncito. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Texto de: Carlos Mauricio Vega

Parecen muchos. Pero los 64 picos nevados que se encuentran repartidos en dos Sierras y dos cadenas volcánicas colombianas son en realidad la excepción de una ley, la de los páramos. En efecto, las montañas de Colombia se caracterizan por la presencia generalizada del páramo como piso térmico propio. Es el páramo la culminación natural del bosque de niebla, el origen del agua en todo el país y el remate geológico habitual de sus montañas. Los páramos constituyen un cinturón definido, un piso térmico que recorre miles de kilómetros a lo largo de las tres cordilleras, los dos macizos y las cinco sierras y serranías independientes que conforman el sistema orográfico del país.

La aparición del superpáramo y del glaciar en Colombia implica alturas superiores a los 4.000 m., alturas que resultan excepcionales en nuestro medio. Hay que viajar mucho y muy lejos para encontrarlas. Sin embargo, ahí están, a 25 kilómetros en línea recta desde Ibagué, o 42 desde Santa Marta. Tan distantes para sus habitantes como si estuvieran en otro planeta. Y es que, en efecto, se trata de otro planeta, en términos de cultura. El colombiano medio vive de espaldas a su paisaje, a sus montañas, a su país.

El páramo severo se hace aún más adusto en el invierno, cuando las nubes se asientan sobre los copos de los encenillos y avanzan calladamente hasta arroparlo y ocultarlo todo con su vellón.

Los niños han salido a recoger el ganado. Afuera azota la llovizna, indeclinable. Se empapan los gorros de lana pero se mantiene la alegría. Criados a 4.000 m., no hay secretos en su triscar por la ladera. Regresan con el crepúsculo, las manos moradas y el diente golpeando con el diente. En la cocina, hecha con troncos de frailejón y sellada con humo, resuena el balero. Las risas llegan con el sancocho campesino, de habas, papa y algo de hueso de chivo.

Afuera las nieblas siguen su callada procesión, y en los collados de los picos solitarios, el viento tamiza la fina nevada.

Con el buen tiempo, el páramo se muda en vergel. Del severo pajonal que parecía surgen mil detalles vegetales. Los pantanos cambian según el sol les pegue; los bosques de encenillos y de rojos “polylepis”, nacidos al abrigo de las enormes rocas partidas por la gelifracción, se muestran poéticos y coloridos cuando poco antes sólo exhibían raquíticos palos azotados por la ventisca.

El páramo, como un templo, se presta para el recogimiento. Impone y exige respeto y silencio. El profundo verde oscuro de sus copas se mimetiza con el del pajonal. Aun sobre los 4.000 m., el menor refugio contra la ventisca propicia el nacimiento de una comunidad de esos batallones vegetales del páramo. La morrena, compuesta a veces de bloques del tamaño de casas, a veces de fino polvo donde el montañista se zambulle como esquiando, muere en estos últimos bosques de los 4.000 m. y anuncia el superpáramo.

Los páramos son el lugar común de nuestras altas montañas; los nevados, su excepción. Los páramos son el espíritu de los Andes colombianos. Poseemos la mayor extensión de páramos del mundo. Para entender estas afirmaciones, que generalmente se atribuyen a mentes calenturientas o a orgullos provincianos, definamos páramos como tierras altas del cinturón tropical; no como las “highlands” escocesas, ni como la puna peruana.

Es frecuente reconocer la huella del trabajo glacial en los circos que forman la laguna de páramo, en los meandros de los valles de las partes altas de los ríos, en las cimas rocosas, en las cuestas formadas por millones de toneladas de material de arrastre transportado por la cola del glaciar. Pero el paisaje de las altas montañas colombianas tiene más que ver con la severidad de la tundra canadiense, con el espíritu recogido del “highlander” escocés, que con el vértigo de los picos alpinos. Por supuesto que este vértigo se encuentra si uno se adentra en los valles secretos de la Sierra de Santa Marta o del Cocuy, incluso en los abismos de Iguaque, Chingaza o Pisba; pero el lugar común es la altura serena y ominosa del verde oliva lúgubre pero hermoso que vemos en el Sumapaz, en Guantiva, en Ocetá, en Salento.

Los páramos desempeñan un papel fundamental en la generación hídrica del país y en su equilibrio biológico. Sus suelos, extraordinariamente ácidos e infértiles, no son apropiados para la agricultura. La escena, cada vez más frecuente, del ganado metido en cotas cercanas a los 4.000 m., o de los páramos convertidos en extensos sembrados de papa, es funesta para nuestras corrientes de agua. El suelo del páramo permite el crecimiento de especies vegetales de raíces superficiales, pero de tejido espeso. El pajonal del páramo, su musgo, sus bosques ralos y sus pantanos, actúan como bancos de agua que a manera de esponjas la almacenan hasta que por escorrentía forman pequeñas quebradas, los nacimientos de otros tantos ríos.

El páramo es además constante laboratorio biológico para especies endémicas. Los halcones, los búhos, las águilas y, por supuesto, los cóndores alternan sus dominios con osos de anteojos, con ciervos y borugos y comadrejas y toda clase de lagartos, batracios e insectos. La noche es el tiempo de la caza y de la supervivencia en el páramo.

En la compenetración con las montañas se establecen afectos con determinados lugares, vínculos esenciales. Aquel vallecito de difícil acceso al costado de la laguna de Los Témpanos, sus coloridos pantanales y la cascada que durante la mañana refleja siempre un arco iris. Los gigantescos monolitos entre los cuales crecen protegidos los frailejones. La piedra que acercamos como asiento sigue ahí, donde la dejamos, años atrás. Y es que algo de nosotros se queda siempre allí, en ese páramo secreto, ese algo que como un eco nos seguirá llamando toda la vida.

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