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Guatemala inédita /

Mar abierto

Mar abierto

Caballo Blanco, Retalhuleu.  Cristóbal von Rothkirch

Caballo Blanco, Retalhuleu.    Cristóbal von Rothkirch.

San Antonio Suchitepéquez, Suchitepéquez. Cristóbal von Rothkirch

San Antonio Suchitepéquez, Suchitepéquez.   Cristóbal von Rothkirch.

El Asintal, Retalhuleu. Cristóbal von Rothkirch

El Asintal, Retalhuleu.   Cristóbal von Rothkirch.

Champerico, Retalhuleu. Cristóbal von Rothkirch

Champerico, Retalhuleu.   Cristóbal von Rothkirch.

Monterrico, Santa Rosa. Cristóbal von Rothkirch

Monterrico, Santa Rosa.   Cristóbal von Rothkirch.

Monterrico, Santa Rosa. Cristóbal von Rothkirch

Monterrico, Santa Rosa.   Cristóbal von Rothkirch.

Monterrico, Santa Rosa. Cristóbal von Rothkirch

Monterrico, Santa Rosa.   Cristóbal von Rothkirch.

Monterrico, Santa Rosa. Cristóbal von Rothkirch

Monterrico, Santa Rosa.   Cristóbal von Rothkirch.

Cuyotenango, Suchitepéquez. Cristóbal von Rothkirch

Cuyotenango, Suchitepéquez.   Cristóbal von Rothkirch.

Tecojate, Escuintla. Cristóbal von Rothkirch

Tecojate, Escuintla.   Cristóbal von Rothkirch.

Champerico, Retalhuleu. Cristóbal von Rothkirch

Champerico, Retalhuleu.   Cristóbal von Rothkirch.

Champerico, Retalhuleu. Cristóbal von Rothkirch

Champerico, Retalhuleu.   Cristóbal von Rothkirch.

Champerico, Retalhuleu. Cristóbal von Rothkirch

Champerico, Retalhuleu.   Cristóbal von Rothkirch.

Tulate, Retalhuleu. Cristóbal von Rothkirch

Tulate, Retalhuleu.   Cristóbal von Rothkirch.

Tecojate, Escuintla.  Cristóbal von Rothkirch

Tecojate, Escuintla.    Cristóbal von Rothkirch.

Jorge Marroquín, Puerto San José, Escuintla. Cristóbal von Rothkirch

Jorge Marroquín, Puerto San José, Escuintla.   Cristóbal von Rothkirch.

Texto de: Harris Whitbeck

Creció muy cerca del mar, en Chiquimulilla, en la costa sur, pero no fue hasta que cumplió dieciocho años de edad que se atrevió a desafiarlo. Jorge Marroquín se fue con sus amigos, Ernesto Ramos y Macario Salguero, en una tiburonera de veinticinco pies que lucía más imponente en tierra que rodeada de mar. Salieron por dos días y dos noches a navegar por las aguas donde sólo se observaba mundo atrás y adelante; donde ya no había tierra y donde el agua era del azul más denso que existe; donde a veces las mantarrayas, que parecían pesar una tonelada, se acercaban perezosamente a la pequeña embarcación; donde súbitamente comenzaban a soplar vientos que en tierra jamás se habían sentido.

Los tres muchachos no llevaban más que un viejo pedazo de plástico para resguardarse de los chubascos y lluvias que aparecían de la nada. No lo usaban para protegerse del sol porque su oscura piel, aunque aún joven, ya estaba curtida por el sol.

Iban a cazar tiburones como lo han hecho los pescadores de la costa sur durante siglos. Con un gran anzuelo agarraban al tiburón y con su propia fuerza los tres luchaban con la bestia para subirla al barco. Llevaban su amansalocos, un enorme garrote para pegarle al tiburón y someterlo para que lentamente muriera fuera del agua.

Aún fuera de su elemento, el tiburón podía ser peligroso. Habían escuchado las historias y visto los resultados de lo que sucede cuando un hombre se enfrenta a un tiburón sin el amansalocos. Viejos pescadores que deambulaban por las calles del pueblo sin un brazo o sin una pierna, que fueron agarrados, desprevenidos, por el animal que ya en sus últimas aún lograba abrir su enorme boca y clavar sus enfilados dientes en el cuerpo del hombre que se había atrevido a sacarlo de su mar.

Jorge se enamoró del mar en ese primer viaje de pesca y allí comenzó su larga relación con él. Una relación dominada por el agradecimiento porque le daba de comer, y por el respeto inspirado en el terror que viene de las sorpresas que puede arrojar.

Una vez Jorge se perdió por seis días en el mar abierto. Estaba pescando cuando de repente se armó un chubasco con vientos y lluvias tan intensos que él y sus compañeros no podían hacer más que esconderse bajo su pedazo de plástico. El rugir del viento era tan fuerte que no escucharon los motores de un enorme buque carguero que se les acercaba. Jorge cierra los ojos y recuerda cómo vio pasar, a menos de cinco metros de su embarcación, la gigante proa del buque.

Cierra los ojos y recuerda también cómo vio que las costas de su tierra se iban acercando después de días en alta mar, conforme las corrientes lo acercaron –aún no sabe por qué, pero invoca al dulce nombre de Jesucristo para agradecerle– a tierra. Cuenta cómo se tiró al agua para nadar hacia tierra y preguntarle a alguien en la playa dónde estaban. Había llegado a la frontera con El Salvador, pero estaban vivos. Un niño en la playa le dijo dónde estaba, pero le preguntó cómo no se lo comieron los tiburones que nadaban en la zona cuando se arrojó al agua. Recuerda el terror que sintió al meterse al agua para nadar de nuevo porque tenía que llegar a su tiburonera y sus compañeros. Cuando llegó al barco le preguntaron dónde estaba. Les dijo que les diría pero que antes lo sacaran del agua.

El tiburón se acercaba.

Guatemala inédita
/
Mar abierto

#AmorPorColombia

Guatemala inédita / Mar abierto

Mar abierto

Caballo Blanco, Retalhuleu.  Cristóbal von Rothkirch

Caballo Blanco, Retalhuleu.    Cristóbal von Rothkirch.

 

San Antonio Suchitepéquez, Suchitepéquez. Cristóbal von Rothkirch

San Antonio Suchitepéquez, Suchitepéquez.   Cristóbal von Rothkirch.

 

El Asintal, Retalhuleu. Cristóbal von Rothkirch

El Asintal, Retalhuleu.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Champerico, Retalhuleu. Cristóbal von Rothkirch

Champerico, Retalhuleu.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Monterrico, Santa Rosa. Cristóbal von Rothkirch

Monterrico, Santa Rosa.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Monterrico, Santa Rosa. Cristóbal von Rothkirch

Monterrico, Santa Rosa.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Monterrico, Santa Rosa. Cristóbal von Rothkirch

Monterrico, Santa Rosa.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Monterrico, Santa Rosa. Cristóbal von Rothkirch

Monterrico, Santa Rosa.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Cuyotenango, Suchitepéquez. Cristóbal von Rothkirch

Cuyotenango, Suchitepéquez.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Tecojate, Escuintla. Cristóbal von Rothkirch

Tecojate, Escuintla.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Champerico, Retalhuleu. Cristóbal von Rothkirch

Champerico, Retalhuleu.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Champerico, Retalhuleu. Cristóbal von Rothkirch

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Champerico, Retalhuleu. Cristóbal von Rothkirch

Champerico, Retalhuleu.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Tulate, Retalhuleu. Cristóbal von Rothkirch

Tulate, Retalhuleu.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Tecojate, Escuintla.  Cristóbal von Rothkirch

Tecojate, Escuintla.    Cristóbal von Rothkirch.

 

Jorge Marroquín, Puerto San José, Escuintla. Cristóbal von Rothkirch

Jorge Marroquín, Puerto San José, Escuintla.   Cristóbal von Rothkirch.

 

Texto de: Harris Whitbeck

Creció muy cerca del mar, en Chiquimulilla, en la costa sur, pero no fue hasta que cumplió dieciocho años de edad que se atrevió a desafiarlo. Jorge Marroquín se fue con sus amigos, Ernesto Ramos y Macario Salguero, en una tiburonera de veinticinco pies que lucía más imponente en tierra que rodeada de mar. Salieron por dos días y dos noches a navegar por las aguas donde sólo se observaba mundo atrás y adelante; donde ya no había tierra y donde el agua era del azul más denso que existe; donde a veces las mantarrayas, que parecían pesar una tonelada, se acercaban perezosamente a la pequeña embarcación; donde súbitamente comenzaban a soplar vientos que en tierra jamás se habían sentido.

Los tres muchachos no llevaban más que un viejo pedazo de plástico para resguardarse de los chubascos y lluvias que aparecían de la nada. No lo usaban para protegerse del sol porque su oscura piel, aunque aún joven, ya estaba curtida por el sol.

Iban a cazar tiburones como lo han hecho los pescadores de la costa sur durante siglos. Con un gran anzuelo agarraban al tiburón y con su propia fuerza los tres luchaban con la bestia para subirla al barco. Llevaban su amansalocos, un enorme garrote para pegarle al tiburón y someterlo para que lentamente muriera fuera del agua.

Aún fuera de su elemento, el tiburón podía ser peligroso. Habían escuchado las historias y visto los resultados de lo que sucede cuando un hombre se enfrenta a un tiburón sin el amansalocos. Viejos pescadores que deambulaban por las calles del pueblo sin un brazo o sin una pierna, que fueron agarrados, desprevenidos, por el animal que ya en sus últimas aún lograba abrir su enorme boca y clavar sus enfilados dientes en el cuerpo del hombre que se había atrevido a sacarlo de su mar.

Jorge se enamoró del mar en ese primer viaje de pesca y allí comenzó su larga relación con él. Una relación dominada por el agradecimiento porque le daba de comer, y por el respeto inspirado en el terror que viene de las sorpresas que puede arrojar.

Una vez Jorge se perdió por seis días en el mar abierto. Estaba pescando cuando de repente se armó un chubasco con vientos y lluvias tan intensos que él y sus compañeros no podían hacer más que esconderse bajo su pedazo de plástico. El rugir del viento era tan fuerte que no escucharon los motores de un enorme buque carguero que se les acercaba. Jorge cierra los ojos y recuerda cómo vio pasar, a menos de cinco metros de su embarcación, la gigante proa del buque.

Cierra los ojos y recuerda también cómo vio que las costas de su tierra se iban acercando después de días en alta mar, conforme las corrientes lo acercaron –aún no sabe por qué, pero invoca al dulce nombre de Jesucristo para agradecerle– a tierra. Cuenta cómo se tiró al agua para nadar hacia tierra y preguntarle a alguien en la playa dónde estaban. Había llegado a la frontera con El Salvador, pero estaban vivos. Un niño en la playa le dijo dónde estaba, pero le preguntó cómo no se lo comieron los tiburones que nadaban en la zona cuando se arrojó al agua. Recuerda el terror que sintió al meterse al agua para nadar de nuevo porque tenía que llegar a su tiburonera y sus compañeros. Cuando llegó al barco le preguntaron dónde estaba. Les dijo que les diría pero que antes lo sacaran del agua.

El tiburón se acercaba.

Guatemala inédita / Mar abierto

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