Residencia Montoya Manhattan, Nueva York

En la sala se exhiben ornamentos enigmáticos y mobiliario exótico. El juego de sala está conformado por un sofá, hecho por encargo, un par de sillas indonesias con tejido en mimbre y un taburete en madera tallada de Nigeria. 

Texto de: Margaret Cottom Winslow

Ser su propio cliente es para Juan Montoya una de sus experiencias predilectas, y saborea cada oportunidad para ejercitar al máximo su creatividad. A lo largo de sus años de práctica en diseño, ha creado muchos ambientes residenciales y de trabajo para sí mismo en diferentes ciudades según lo iba exigiendo su constante movimiento. Aunque disfruta mucho sus viajes por el mundo, Montoya siempre regresa al centro de su vida y de su oficio: Manhattan.

Situado en el corazón de la ciudad, este apartamento fue transformado por Montoya en retiro apacible, en donde puede exhibir su colección de pinturas, escultura y objetos de arte reunida en sus viajes por el mundo. “Los lugares que diseño para mí mismo son laboratorios para ensayar nuevas ideas”, dice. Aun cuando disfrutó la libertad de diseñar para él mismo, trató este interior como hubiera tratado cualquier otro. “Siempre uso un proceso orgánico de añadir y quitar piezas e ideas”.

Para lograr una atmósfera apacible, la prioridad de Montoya fue reducir el ruido y la luz instalando persianas de madera en las ventanas. Usó luego solamente lámparas de piso y de mesa para la iluminación, creando una sensación acogedora y un tranquilo pero eficiente claroscuro. Este tono define el escenario para un ecléctico conjunto de muebles, arte y accesorios del mundo entero –un telón de fondo perfecto para sus apreciados tesoros.

Montoya diseñó gran parte del mobiliario, aunque todo produce la sensación de haber estado allí desde hace años. Un sofá cama en cuero diseñado por él divide la sala en dos partes, la de reunión íntima y la de biblioteca. Estanterías en ébano, llenas de valiosos libros, fotografías y otros artefactos, rinden homenaje a las aventuras de Montoya a través del mundo. Sillas negras en mimbre traídas de Indonesia integran las dos islas en un solo espacio.

El dormitorio tiene un ambiente completamente distinto, más ligero y con colores más tenues. La estera que cubre el piso y la mezcla de gamuza habana y paja que viste tres de las paredes crean una atmósfera relajante, mientras un armario en roble y pergamino y dos cofres Herman Miller dominan el resto del espacio. El elegante y apacible espacio se aviva con algunos toques sorpresivos, como por ejemplo el dibujo de Rufino Tamayo que reposa sobre un caballete negro.

El credo de Montoya en el diseño –“es necesario volver a pensar la tradición para poder renovarla”– está encarnado en este espacio, en donde el art deco se mezcla con otras épocas y culturas. El espacio resultante traduce la pasión del diseñador por el contraste –austero y extravagante, oscuro y claro, severo y frívolo–, y rinde tributo a sus intereses y talentos.