- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Cercano y distante
Mefisto en improvisado disfraz.
Mefisto y Eugenia Lince, su esposa.
Mefisto durante el servicio militar.
En el Gimnasio Moderno, Bogotá, 1936. Atrás: Santiago Londoño, Jaime Cortés Castro, Roberto Espinosa, Luis León, Enrique Solano, Jorge Gutiérrez y Mario Latorre Rueda. Adelante: José Antonio (Antuco) Villegas, Mefisto, Hernando López Holguín, Hernando Murillo Castro, Guillermo Restrepo Suárez, Manuel Arias y Marcos Gutt.
Mefisto.
Conjunto musical "Blue Rythm", 1937. Primera fila de izquierda a derecha: Mefisto, un amigo, César Payán, Benjamín Suárez y Fernando Caro Tanco. Segunda fila: Santiago Iriarte, Alfonso Martín, Genero Payán y Ricardo Uribe Holguín. Sobre el piano: Teddy Coronado.
Estudio del artista en "La malcontenta", Envigado, tal como estaba a su muerte.
Mefisto en su estudio "La malcontenta", Envigado.
Texto de: María Elvira Iriarte
“Para pintar no se necesita contar con los demás. Se pinta solo, y entre más solo, mejor” 1
Evocar al personaje de Alberto Iriarte Rocha, “Mefisto”, es una ardua tarea. Fue una persona sui generis, aun para sus más allegados familiares y amigos. Yo lo conocí poco. Quizá, con suerte, nos encontramos unas diez veces. De las cuales sólo unas tres o cuatro ya era yo persona adulta y consciente de ese ser especial que fue mi tío.
El cuarto hijo de Marco Aurelio Iriarte Rocha y Paulina Rocha Álvarez nació en Bogotá, en junio de 1920. Desde muy temprano pareció no adecuarse fácilmente a las maneras y comportamientos exigidos en su medio. El apodo de “Mefisto” se lo ganó durante sus años de estudiante en el Gimnasio Moderno de Bogotá. Es cosa sabida que los apodos endilgados en este colegio han calificado de por vida a muchas generaciones de gimnasianos. ¿Por qué “Mefisto”? ¿Sería maquiavélico en su comportamiento como escolar? ¿Sería un alumno especialmente endiablado? ¿O le jugaría continuas malas pasadas a sus compañeros y maestros? El mote también pudo deberse a algunos de sus rasgos fisonómicos: nariz grande y quebrada, cejas en ángulo, boca fina de gesto irónico.
“Mefisto” era un hombre de poca estatura y contextura delgada, piel cetrina, rasgos afilados y ojillos oscuros que brillaban amigablemente. Siempre lo relacioné con un retrato de El Greco: “El caballero de la mano al pecho”. Su rostro alargado se veía suavizado por una bien cuidada barba corta. Se movía con parsimonia. No hablaba mucho y cuando lo hacía manejaba la ironía con finura y tino. Tal vez, un rasgo de familia. De mi padre y mis otros tíos guardo la misma memoria. Podían ser demoledores en sus comentarios con la máxima elegancia e ingenio, sin quebrar las más estrictas normas de urbanidad y cortesía cachacas.
Dibujó desde muy joven por afición. Su alcoba en la casa familiar de la calle 15 estaba llena de dibujos y apuntes, pegados al desgaire en los muros encalados. Sin embargo, la tradición familiar no registra especiales intereses por las artes visuales. Los abuelos y bisabuelos fueron, ante todo, hacendados, y eventualmente, abogados o médicos. Marco A. Iriarte era médico pediatra. La música, en cambio, sí era un gusto de familia. Los Iriarte Rocha escuchaban con frecuencia obras de los grandes clásicos, ópera y zarzuelas. Doña Paulina Rocha tocaba el piano con buen desempeño. Desde pequeña tuvo clases en su nativo Chaparral, y luego en Bogotá y en París. Llegó a ser una buena intérprete. Además, durante los largos veraneos en las haciendas tolimenses, eran frecuentes las veladas con música de cuerda: pasillos, guabinas y bambucos, tal vez “El Bunde” del maestro Castilla.
De joven, adolescente casi, Alberto fue miembro de una orquesta de jazz, integrada por mi padre, los hermanos Payán Castro, Genaro y César, Hernando Murillo, Ricardo Uribe-Holguín y Benjamín Suárez, entre otros. Mi papá tocaba el saxo tenor y Alberto, el trombón de varas. El conjunto se llamó “Blue Rhythm” y por varios años animó sonadas fiestas en Bogotá. También compartió “Mefisto” con uno de sus hermanos mayores, Santiago, la afición a la tauromaquia. A ello ayudó el que Benjamín Rocha, un tío segundo, tuviera una ganadería de reses bravas en el Tolima. De hecho, varias de sus primeras obras fueron copias de los carteles taurinos que anunciaban las temporadas anuales en la ciudad. Siempre llamó a sus pinturas “unos monos”. Eran esos primeros “monos” los que adornaban su cuarto, pero también llamaba “monos” a los refinadísimos bodegones de los años setenta y ochenta.
Graduado como bachiller en el año de 1936, siguió la carrera de arquitectura en la Universidad Nacional de Colombia, entre 1937 y 1941. Estudió con Gabriel Serrano, Roberto Ancízar, Carlos Martínez, José Gómez. Además de los cursos curriculares de su facultad, asistió a las clases de dibujo impartidas por el maestro Gonzalo Ariza, con quien cultivó una cercana amistad. En el colegio, Miguel Díaz Vargas también había sido su profesor de dibujo. Desde esas aproximaciones más bien académicas se fue acercando a lo contemporáneo en su profesión y en el terreno de la pintura. También en la universidad conoció a su esposa, Eugenia Lince Olózaga, compañera de promoción y una de las primeras mujeres arquitectas del país. Se casarían en Nueva York, algún tiempo después de titularse. Como arquitectos trabajaron conjuntamente por muchos años. El matrimonio no tuvo hijos, pero siempre demostró gran cariño por los sobrinos.
Aún antes de viajar al extranjero, el joven arquitecto estaba al tanto de los movimientos más significativos del período modernista. Era admirador confeso de Le Corbusier y sus teorías racionalistas. Y seguramente esa admiración fue la línea conductora de sus años como arquitecto en Florencia, Barcelona, Nueva York y Caracas, ciudades en las que residió por un buen período de tiempo.
La estadía en Nueva York fue particularmente provechosa para Alberto. Trabajó en la oficina de José Luis Sert y Paul Wiener, discípulos de Le Corbusier. La reconocida firma se especializaba en el ordenamiento urbano. Con la misma firma trabajaría años más tarde en Caracas. Nos quedan como testimonios la iglesia de La Salle en Caracas y un plan maestro para Bogotá, que nunca se aplicó Además, en Nueva York Iriarte conoció a Amedée Ozenfant, pintor vinculado a las teorías del cubismo y quien, justamente con Le Corbusier, había buscado “purificar” el cubismo de cualquier vestigio de emoción o subjetividad. Ozenfant tenía una academia de arte. Allí acudió el colombiano para seguir cursos de dibujo y pintura; de ese maestro aprendió la técnica de las tres capas pictóricas, es decir el paciente y metódico uso de las veladuras con muy pocos pigmentos. La densidad pictórica de los bodegones de “Mefisto” está construida con ese recurso, hasta cierto punto rescatado de las técnicas del siglo xvii. En Nueva York y en Caracas, todavía era “pintor de domingo”, ya que los compromisos con la arquitectura ocupaban la mayoría de su tiempo.
Se dedicó integralmente a la pintura sólo cuando regresó a Colombia para quedarse, ¿al comienzo de la década de los setenta? Alberto y Eugenia se instalaron en una casa modesta en Envigado, que entonces era un pueblito campesino cercano a Medellín. La bautizaron “La Malcontenta”, en honor a otro arquitecto racionalista, Palladio. Le oí decir una vez a “Mefisto” que las ciudades ya lo tenían cansado y aburrido. La vivienda se ubica en un costado de un amplio terreno con árboles frutales y muchas flores Es muy simple, al estilo tradicional campesino: una planta en torno a un patio central, amoblada con el mínimo necesario y sin ningún lujo. Las paredes blancas del salón, que es el cuarto más grande, ostentaban un cuadro suyo, el de la esfera armilar y el pequeño ratón, un dibujo de Wifredo Lam y un óleo de Picasso. A un lado, un viejísimo equipo de sonido para oír a Bach, la única música que escuchaba, unos cuantos y muy selectos libros y una mesa de juego con un tablero de ajedrez. Era excelente jugador, al decir de mi hermano, Andrés Iriarte, que fue su contrincante muchas veces. Quienes la visitamos recordamos el carácter más que austero de aquella vivienda. Por escogencia, Alberto y Eugenia vivían como si hubiesen hecho votos de pobreza. Según los recuerdos de algunos amigos que conocieron otras de sus viviendas, siempre había sido así. En Envigado disfrutaban de las visitas de algunos muy contados conocidos y de sus sobrinos. Conversar con el tío “Mefisto” era divertido y aleccionador.
Su largo retiro generó la imagen de un personaje casi hosco. Pero no lo era, no había sido así. Varios miembros de la familia lo recordamos como una persona amable, muy sensible, introvertido ciertamente, radical en sus opiniones, crítico y tremendamente culto, y presente a través de pequeños grandes gestos de generosidad.
Las obras tempranas, 1940-42, acusan la influencia, por entonces mediatizada a través de reproducciones, de los grandes post-impresionistas. Algo de Cézanne, algo de Van Gogh. Un poco más tarde se acercaría al cubismo. ¿Siempre miró “Mefisto” como referente a la historia del arte, al pasado? Sus obras iniciales coinciden con los primeros pasos del modernismo en el país. El Salón del 48, los Salones Nacionales de Arte, en los primeros cincuenta, cuando apenas despuntaba la abstracción en las obras de Negret o de Marco Ospina. Nunca participó en esos eventos, pero seguramente los vio.
No conozco trabajos pictóricos hechos durante sus largos años de estadía en el extranjero. Sin embargo, sabemos que pintaba. Cómo pasó de la figuración influida por el post-impresionismo a los modelos de flamencos, holandeses y españoles del siglo xvii es, para mí, un misterio. La involución temporal difícilmente pudo ser resultado de la propia pintura. Intuyo que fue más bien el resultado de una posición mental, casi ética, en relación con el arte. Una búsqueda interna completamente alejada de los circuitos de vanguardia en los que nunca le interesó figurar. Alberto Iriarte era modesto. Quería seguir a los grandes maestros, para él, los del xvii. Pero no los grandes barrocos, sino los atentos al discurrir mínimo de la vida registrada en humildes naturalezas muertas. Una manera de pintar, preciosista, minuciosa, demorada y totalmente ajena a los trajines del presente.
Cuando vivió en Caracas, efervescente de modernismo en los cincuenta, fuera de Reverón a quien conocía y admiraba, también vio a Alejandro Otero, ¿al primer Soto? No tuve oportunidad de preguntárselo. Anécdota memorable: el Lam que tenía lo descubrió en el cuarto del portero del edificio caraqueño en donde residía. Él lo contaba así. Bastante recién instalado en Caracas, un día vio, en el pequeño espacio de la portería, un “mono”, pegado con chinches a la pared. Reconoció de inmediato un trabajo de Wifredo Lam y le preguntó al portero por el origen del dibujo. La respuesta: un extraño señor cubano que había vivido en el mismo edificio, medio chino, medio negro, se lo había regalado.2 Alberto compró el dibujo de inmediato. Es un trabajo sobre papel, carboncillo y pasteles; tiene un pequeño Mefisto, un diablillo que acompaña la silueta de un caballo. Y conserva las huellas de los chinches usados por el portero de Caracas y... por “Mefisto”, en su salón de Envigado.
Fueron sus amigos, Elvira Martínez de Nieto, Sofía Urrutia Holguín y el maestro Rafael Puyana, quienes organizaron las exposiciones de Alberto Iriarte. Sin ellos, jamás hubiera expuesto. Nunca lo vi en las exposiciones de Bogotá, galerías Esede y Quintana; ni en la de Barranquilla, salón de Avianca; y sé que tampoco asistió a las dos de la Galería Claude Bernard, en París. Elvira fue, por muchísimos años, su factotum. A ella había que solicitarle una obra, y la lista de espera era larguísima. Eso mismo nos cuenta García Márquez. Ella se encargaba de ir a buscar los óleos a Envigado, enmarcarlos primorosamente y adjudicarlos a los solicitantes... Las obras mostradas en las pocas exposiciones eran primordialmente préstamos de coleccionistas particulares. Las exhibidas en Claude Bernard eran, casi todas, propiedad del galerista, quien se las había comprado cuando asistió a una de las bienales de Medellín.
“Mefisto” detestaba cualquier publicidad, no firmaba y no fechaba sus pinturas y era casi imposible que accediera a contestar preguntas de un periodista. Además pintaba con extrema parsimonia, entre tres y cinco cuadros por año. Según alguna vez me dijo, la única luz que le servía era la del amanecer. Así que se levantaba tempranísimo y trabajaba hasta las diez u once de la mañana. Luego descansaba, almorzaba, y en la tarde oía música o leía. Hacia las siete de la tarde ya estaba acostado. Pintaba todos los días, sin poner atención al calendario Lo mismo los martes que los domingos. Lo mismo el 20 de julio que el día de su cumpleaños. La misma disciplina sería mantenida hasta el año de su muerte, 1993.
Cuando los bodegones comenzaron a ser conocidos en un restringido círculo de la sociedad bogotana, varios de nuestros mejores escritores se ocuparon del asunto. Eduardo Caballero Calderón, Germán Arciniegas y, más tarde, Gabriel García Márquez. La única crítica profesional, escrita por Francisco Gil Tovar resulta, como mínimo, desconfiada, desde su título: “El arte de la reacción”. ¡Poco menos que le endilga a “Mefisto” la dudosa capacidad de ser un falsario!3 El profesor Gil no vio que se trata de un artista al margen de la historia, por escogencia propia. Que “Mefisto” pintó como pintó porque así quería hacerlo, en completa renuncia a las determinantes históricas de su tiempo. Si la historia del arte rescata obras de hace cinco, diez o quince siglos como absolutamente válidas hoy, ¿por qué no mirar a “Mefisto” como un pintor atemporal que pintó estupendamente bien?
Este libro no hubiera sido posible sin la tesonera persistencia de María Cristina Iriarte Amaya, prima hermana del artista, quien durante años, siete por lo menos, insistió ante los editores para realizarlo. Indagó quiénes son los propietarios de obras de Alberto y consiguió las debidas autorizaciones para hacerlas fotografiar. Además, entrevistó a varios de los amigos de “Mefisto” para rescatar aspectos poco conocidos de su vida, algunos de los cuales he utilizado en esta nota. Carlos Dupuy, “Antuco” Villegas y Alicia de Camargo fueron algunas de las personas que accedieron a ser entrevistadas. Todos lo recuerdan con gran cariño y destacan, más que su carácter excéntrico, su generosidad y su discreción. Así lo recuerda también su familia más cercana. Muchas gracias a todos los que ayudaron a configurar este somero perfil de Alberto Iriarte Rocha, “Mefisto”.
Notas
- 1. Alberto Iriarte citado por Gloria Valencia Diago en Lecturas Dominicales, El Tiempo, 25 de julio, 1993, p. 9
#AmorPorColombia
Cercano y distante
Mefisto en improvisado disfraz.
Mefisto y Eugenia Lince, su esposa.
Mefisto durante el servicio militar.
En el Gimnasio Moderno, Bogotá, 1936. Atrás: Santiago Londoño, Jaime Cortés Castro, Roberto Espinosa, Luis León, Enrique Solano, Jorge Gutiérrez y Mario Latorre Rueda. Adelante: José Antonio (Antuco) Villegas, Mefisto, Hernando López Holguín, Hernando Murillo Castro, Guillermo Restrepo Suárez, Manuel Arias y Marcos Gutt.
Mefisto.
Conjunto musical "Blue Rythm", 1937. Primera fila de izquierda a derecha: Mefisto, un amigo, César Payán, Benjamín Suárez y Fernando Caro Tanco. Segunda fila: Santiago Iriarte, Alfonso Martín, Genero Payán y Ricardo Uribe Holguín. Sobre el piano: Teddy Coronado.
Estudio del artista en "La malcontenta", Envigado, tal como estaba a su muerte.
Mefisto en su estudio "La malcontenta", Envigado.
Texto de: María Elvira Iriarte
“Para pintar no se necesita contar con los demás. Se pinta solo, y entre más solo, mejor” 1
Evocar al personaje de Alberto Iriarte Rocha, “Mefisto”, es una ardua tarea. Fue una persona sui generis, aun para sus más allegados familiares y amigos. Yo lo conocí poco. Quizá, con suerte, nos encontramos unas diez veces. De las cuales sólo unas tres o cuatro ya era yo persona adulta y consciente de ese ser especial que fue mi tío.
El cuarto hijo de Marco Aurelio Iriarte Rocha y Paulina Rocha Álvarez nació en Bogotá, en junio de 1920. Desde muy temprano pareció no adecuarse fácilmente a las maneras y comportamientos exigidos en su medio. El apodo de “Mefisto” se lo ganó durante sus años de estudiante en el Gimnasio Moderno de Bogotá. Es cosa sabida que los apodos endilgados en este colegio han calificado de por vida a muchas generaciones de gimnasianos. ¿Por qué “Mefisto”? ¿Sería maquiavélico en su comportamiento como escolar? ¿Sería un alumno especialmente endiablado? ¿O le jugaría continuas malas pasadas a sus compañeros y maestros? El mote también pudo deberse a algunos de sus rasgos fisonómicos: nariz grande y quebrada, cejas en ángulo, boca fina de gesto irónico.
“Mefisto” era un hombre de poca estatura y contextura delgada, piel cetrina, rasgos afilados y ojillos oscuros que brillaban amigablemente. Siempre lo relacioné con un retrato de El Greco: “El caballero de la mano al pecho”. Su rostro alargado se veía suavizado por una bien cuidada barba corta. Se movía con parsimonia. No hablaba mucho y cuando lo hacía manejaba la ironía con finura y tino. Tal vez, un rasgo de familia. De mi padre y mis otros tíos guardo la misma memoria. Podían ser demoledores en sus comentarios con la máxima elegancia e ingenio, sin quebrar las más estrictas normas de urbanidad y cortesía cachacas.
Dibujó desde muy joven por afición. Su alcoba en la casa familiar de la calle 15 estaba llena de dibujos y apuntes, pegados al desgaire en los muros encalados. Sin embargo, la tradición familiar no registra especiales intereses por las artes visuales. Los abuelos y bisabuelos fueron, ante todo, hacendados, y eventualmente, abogados o médicos. Marco A. Iriarte era médico pediatra. La música, en cambio, sí era un gusto de familia. Los Iriarte Rocha escuchaban con frecuencia obras de los grandes clásicos, ópera y zarzuelas. Doña Paulina Rocha tocaba el piano con buen desempeño. Desde pequeña tuvo clases en su nativo Chaparral, y luego en Bogotá y en París. Llegó a ser una buena intérprete. Además, durante los largos veraneos en las haciendas tolimenses, eran frecuentes las veladas con música de cuerda: pasillos, guabinas y bambucos, tal vez “El Bunde” del maestro Castilla.
De joven, adolescente casi, Alberto fue miembro de una orquesta de jazz, integrada por mi padre, los hermanos Payán Castro, Genaro y César, Hernando Murillo, Ricardo Uribe-Holguín y Benjamín Suárez, entre otros. Mi papá tocaba el saxo tenor y Alberto, el trombón de varas. El conjunto se llamó “Blue Rhythm” y por varios años animó sonadas fiestas en Bogotá. También compartió “Mefisto” con uno de sus hermanos mayores, Santiago, la afición a la tauromaquia. A ello ayudó el que Benjamín Rocha, un tío segundo, tuviera una ganadería de reses bravas en el Tolima. De hecho, varias de sus primeras obras fueron copias de los carteles taurinos que anunciaban las temporadas anuales en la ciudad. Siempre llamó a sus pinturas “unos monos”. Eran esos primeros “monos” los que adornaban su cuarto, pero también llamaba “monos” a los refinadísimos bodegones de los años setenta y ochenta.
Graduado como bachiller en el año de 1936, siguió la carrera de arquitectura en la Universidad Nacional de Colombia, entre 1937 y 1941. Estudió con Gabriel Serrano, Roberto Ancízar, Carlos Martínez, José Gómez. Además de los cursos curriculares de su facultad, asistió a las clases de dibujo impartidas por el maestro Gonzalo Ariza, con quien cultivó una cercana amistad. En el colegio, Miguel Díaz Vargas también había sido su profesor de dibujo. Desde esas aproximaciones más bien académicas se fue acercando a lo contemporáneo en su profesión y en el terreno de la pintura. También en la universidad conoció a su esposa, Eugenia Lince Olózaga, compañera de promoción y una de las primeras mujeres arquitectas del país. Se casarían en Nueva York, algún tiempo después de titularse. Como arquitectos trabajaron conjuntamente por muchos años. El matrimonio no tuvo hijos, pero siempre demostró gran cariño por los sobrinos.
Aún antes de viajar al extranjero, el joven arquitecto estaba al tanto de los movimientos más significativos del período modernista. Era admirador confeso de Le Corbusier y sus teorías racionalistas. Y seguramente esa admiración fue la línea conductora de sus años como arquitecto en Florencia, Barcelona, Nueva York y Caracas, ciudades en las que residió por un buen período de tiempo.
La estadía en Nueva York fue particularmente provechosa para Alberto. Trabajó en la oficina de José Luis Sert y Paul Wiener, discípulos de Le Corbusier. La reconocida firma se especializaba en el ordenamiento urbano. Con la misma firma trabajaría años más tarde en Caracas. Nos quedan como testimonios la iglesia de La Salle en Caracas y un plan maestro para Bogotá, que nunca se aplicó Además, en Nueva York Iriarte conoció a Amedée Ozenfant, pintor vinculado a las teorías del cubismo y quien, justamente con Le Corbusier, había buscado “purificar” el cubismo de cualquier vestigio de emoción o subjetividad. Ozenfant tenía una academia de arte. Allí acudió el colombiano para seguir cursos de dibujo y pintura; de ese maestro aprendió la técnica de las tres capas pictóricas, es decir el paciente y metódico uso de las veladuras con muy pocos pigmentos. La densidad pictórica de los bodegones de “Mefisto” está construida con ese recurso, hasta cierto punto rescatado de las técnicas del siglo xvii. En Nueva York y en Caracas, todavía era “pintor de domingo”, ya que los compromisos con la arquitectura ocupaban la mayoría de su tiempo.
Se dedicó integralmente a la pintura sólo cuando regresó a Colombia para quedarse, ¿al comienzo de la década de los setenta? Alberto y Eugenia se instalaron en una casa modesta en Envigado, que entonces era un pueblito campesino cercano a Medellín. La bautizaron “La Malcontenta”, en honor a otro arquitecto racionalista, Palladio. Le oí decir una vez a “Mefisto” que las ciudades ya lo tenían cansado y aburrido. La vivienda se ubica en un costado de un amplio terreno con árboles frutales y muchas flores Es muy simple, al estilo tradicional campesino: una planta en torno a un patio central, amoblada con el mínimo necesario y sin ningún lujo. Las paredes blancas del salón, que es el cuarto más grande, ostentaban un cuadro suyo, el de la esfera armilar y el pequeño ratón, un dibujo de Wifredo Lam y un óleo de Picasso. A un lado, un viejísimo equipo de sonido para oír a Bach, la única música que escuchaba, unos cuantos y muy selectos libros y una mesa de juego con un tablero de ajedrez. Era excelente jugador, al decir de mi hermano, Andrés Iriarte, que fue su contrincante muchas veces. Quienes la visitamos recordamos el carácter más que austero de aquella vivienda. Por escogencia, Alberto y Eugenia vivían como si hubiesen hecho votos de pobreza. Según los recuerdos de algunos amigos que conocieron otras de sus viviendas, siempre había sido así. En Envigado disfrutaban de las visitas de algunos muy contados conocidos y de sus sobrinos. Conversar con el tío “Mefisto” era divertido y aleccionador.
Su largo retiro generó la imagen de un personaje casi hosco. Pero no lo era, no había sido así. Varios miembros de la familia lo recordamos como una persona amable, muy sensible, introvertido ciertamente, radical en sus opiniones, crítico y tremendamente culto, y presente a través de pequeños grandes gestos de generosidad.
Las obras tempranas, 1940-42, acusan la influencia, por entonces mediatizada a través de reproducciones, de los grandes post-impresionistas. Algo de Cézanne, algo de Van Gogh. Un poco más tarde se acercaría al cubismo. ¿Siempre miró “Mefisto” como referente a la historia del arte, al pasado? Sus obras iniciales coinciden con los primeros pasos del modernismo en el país. El Salón del 48, los Salones Nacionales de Arte, en los primeros cincuenta, cuando apenas despuntaba la abstracción en las obras de Negret o de Marco Ospina. Nunca participó en esos eventos, pero seguramente los vio.
No conozco trabajos pictóricos hechos durante sus largos años de estadía en el extranjero. Sin embargo, sabemos que pintaba. Cómo pasó de la figuración influida por el post-impresionismo a los modelos de flamencos, holandeses y españoles del siglo xvii es, para mí, un misterio. La involución temporal difícilmente pudo ser resultado de la propia pintura. Intuyo que fue más bien el resultado de una posición mental, casi ética, en relación con el arte. Una búsqueda interna completamente alejada de los circuitos de vanguardia en los que nunca le interesó figurar. Alberto Iriarte era modesto. Quería seguir a los grandes maestros, para él, los del xvii. Pero no los grandes barrocos, sino los atentos al discurrir mínimo de la vida registrada en humildes naturalezas muertas. Una manera de pintar, preciosista, minuciosa, demorada y totalmente ajena a los trajines del presente.
Cuando vivió en Caracas, efervescente de modernismo en los cincuenta, fuera de Reverón a quien conocía y admiraba, también vio a Alejandro Otero, ¿al primer Soto? No tuve oportunidad de preguntárselo. Anécdota memorable: el Lam que tenía lo descubrió en el cuarto del portero del edificio caraqueño en donde residía. Él lo contaba así. Bastante recién instalado en Caracas, un día vio, en el pequeño espacio de la portería, un “mono”, pegado con chinches a la pared. Reconoció de inmediato un trabajo de Wifredo Lam y le preguntó al portero por el origen del dibujo. La respuesta: un extraño señor cubano que había vivido en el mismo edificio, medio chino, medio negro, se lo había regalado.2 Alberto compró el dibujo de inmediato. Es un trabajo sobre papel, carboncillo y pasteles; tiene un pequeño Mefisto, un diablillo que acompaña la silueta de un caballo. Y conserva las huellas de los chinches usados por el portero de Caracas y... por “Mefisto”, en su salón de Envigado.
Fueron sus amigos, Elvira Martínez de Nieto, Sofía Urrutia Holguín y el maestro Rafael Puyana, quienes organizaron las exposiciones de Alberto Iriarte. Sin ellos, jamás hubiera expuesto. Nunca lo vi en las exposiciones de Bogotá, galerías Esede y Quintana; ni en la de Barranquilla, salón de Avianca; y sé que tampoco asistió a las dos de la Galería Claude Bernard, en París. Elvira fue, por muchísimos años, su factotum. A ella había que solicitarle una obra, y la lista de espera era larguísima. Eso mismo nos cuenta García Márquez. Ella se encargaba de ir a buscar los óleos a Envigado, enmarcarlos primorosamente y adjudicarlos a los solicitantes... Las obras mostradas en las pocas exposiciones eran primordialmente préstamos de coleccionistas particulares. Las exhibidas en Claude Bernard eran, casi todas, propiedad del galerista, quien se las había comprado cuando asistió a una de las bienales de Medellín.
“Mefisto” detestaba cualquier publicidad, no firmaba y no fechaba sus pinturas y era casi imposible que accediera a contestar preguntas de un periodista. Además pintaba con extrema parsimonia, entre tres y cinco cuadros por año. Según alguna vez me dijo, la única luz que le servía era la del amanecer. Así que se levantaba tempranísimo y trabajaba hasta las diez u once de la mañana. Luego descansaba, almorzaba, y en la tarde oía música o leía. Hacia las siete de la tarde ya estaba acostado. Pintaba todos los días, sin poner atención al calendario Lo mismo los martes que los domingos. Lo mismo el 20 de julio que el día de su cumpleaños. La misma disciplina sería mantenida hasta el año de su muerte, 1993.
Cuando los bodegones comenzaron a ser conocidos en un restringido círculo de la sociedad bogotana, varios de nuestros mejores escritores se ocuparon del asunto. Eduardo Caballero Calderón, Germán Arciniegas y, más tarde, Gabriel García Márquez. La única crítica profesional, escrita por Francisco Gil Tovar resulta, como mínimo, desconfiada, desde su título: “El arte de la reacción”. ¡Poco menos que le endilga a “Mefisto” la dudosa capacidad de ser un falsario!3 El profesor Gil no vio que se trata de un artista al margen de la historia, por escogencia propia. Que “Mefisto” pintó como pintó porque así quería hacerlo, en completa renuncia a las determinantes históricas de su tiempo. Si la historia del arte rescata obras de hace cinco, diez o quince siglos como absolutamente válidas hoy, ¿por qué no mirar a “Mefisto” como un pintor atemporal que pintó estupendamente bien?
Este libro no hubiera sido posible sin la tesonera persistencia de María Cristina Iriarte Amaya, prima hermana del artista, quien durante años, siete por lo menos, insistió ante los editores para realizarlo. Indagó quiénes son los propietarios de obras de Alberto y consiguió las debidas autorizaciones para hacerlas fotografiar. Además, entrevistó a varios de los amigos de “Mefisto” para rescatar aspectos poco conocidos de su vida, algunos de los cuales he utilizado en esta nota. Carlos Dupuy, “Antuco” Villegas y Alicia de Camargo fueron algunas de las personas que accedieron a ser entrevistadas. Todos lo recuerdan con gran cariño y destacan, más que su carácter excéntrico, su generosidad y su discreción. Así lo recuerda también su familia más cercana. Muchas gracias a todos los que ayudaron a configurar este somero perfil de Alberto Iriarte Rocha, “Mefisto”.
Notas
- 1. Alberto Iriarte citado por Gloria Valencia Diago en Lecturas Dominicales, El Tiempo, 25 de julio, 1993, p. 9