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TrópicoVisiones de la naturaleza colombiana /

Montañas

Montañas

Con un bosque limitado al laberinto entre afiladas crestas, la Cuchilla 
del Zorro se interpone en la frontera de los Andes con 
los llanos del Casanare.
 Aldo Brando

Con un bosque limitado al laberinto entre afiladas crestas, la Cuchilla del Zorro se interpone en la frontera de los Andes con los llanos del Casanare.    Aldo Brando.

Un colchón de nubes 
se extiende sobre los bosques del nevado 
del Huila, que gracias a su existencia como cinturón 
vegetal, lo convierten en uno de los glaciares más conservados del país. Aldo Brando

Un colchón de nubes se extiende sobre los bosques del nevado del Huila, que gracias a su existencia como cinturón vegetal, lo convierten en uno de los glaciares más conservados del país.   Aldo Brando.

Como aguas remanentes de gélidas épocas, dos lagunas se evaporan 
en el tiempo sobre la cumbre de la Cordillera Oriental, 
al norte del Huila. Aldo Brando

Como aguas remanentes de gélidas épocas, dos lagunas se evaporan en el tiempo sobre la cumbre de la Cordillera Oriental, al norte del Huila.   Aldo Brando.

Tormentas eléctricas 
destellan en la noche del volcán Galeras, 
mientras una de las bocas de su cráter deslumbra con 
el resplandor que anunciaba su actividad a finales de los ochenta.
 Aldo Brando

Tormentas eléctricas destellan en la noche del volcán Galeras, mientras una de las bocas de su cráter deslumbra con el resplandor que anunciaba su actividad a finales de los ochenta.    Aldo Brando.

Pajonales espontáneos se mecen
 con los fríos vientos del páramo de Güita, en Suesca, 
mientras el calor del verano se desvanece con la tarde en el cielo incendiado. Aldo Brando

Pajonales espontáneos se mecen con los fríos vientos del páramo de Güita, en Suesca, mientras el calor del verano se desvanece con la tarde en el cielo incendiado.   Aldo Brando.

Un aura alrededor del sol, oculto tras el frailejón, ilustra la alta radiación a la que está expuesta la vegetación de páramos como el 
de Chingaza, en Cundinamarca, adaptada a los 
drásticos cambios climáticos. 
 Aldo Brando

Un aura alrededor del sol, oculto tras el frailejón, ilustra la alta radiación a la que está expuesta la vegetación de páramos como el de Chingaza, en Cundinamarca, adaptada a los drásticos cambios climáticos.    Aldo Brando.

Velos de 
niebla aparecen de repente, dejando 
entrever el penacho de hojas de un frailejón entre la 
mística atmósfera andina del páramo de Chingaza, Cundinamarca.  Aldo Brando

Velos de niebla aparecen de repente, dejando entrever el penacho de hojas de un frailejón entre la mística atmósfera andina del páramo de Chingaza, Cundinamarca.    Aldo Brando.

Palmas de cera se erigen sobre el lomo de una montaña entre la bruma, que oculta a su paso el bosque nublado del valle de Cocora, en 
los Andes centrales del Quindío.
 Aldo Brando

Palmas de cera se erigen sobre el lomo de una montaña entre la bruma, que oculta a su paso el bosque nublado del valle de Cocora, en los Andes centrales del Quindío.    Aldo Brando.

 Plantas epífitas recubren la superficie 
del tronco sobre el espejo de una laguna temporal, que 
refleja los árboles de la otra orilla en el páramo de Sumapaz, Cundinamarca. Aldo Brando

Plantas epífitas recubren la superficie del tronco sobre el espejo de una laguna temporal, que refleja los árboles de la otra orilla en el páramo de Sumapaz, Cundinamarca.   Aldo Brando.

Un remolino de espumas naturales, destiladas de la vegetación que 
rodea la quebrada, gira acorralado en la orilla rocosa del 
páramo de Ocetá, Boyacá. Aldo Brando

Un remolino de espumas naturales, destiladas de la vegetación que rodea la quebrada, gira acorralado en la orilla rocosa del páramo de Ocetá, Boyacá.   Aldo Brando.

Musgos y 
líquenes se recogen en la roca como 
huéspedes que viven de los elementos, por encima 
del suelo donde frailejones, chusques y pajonales terminan 
por hacer del páramo una infusión que fluye desde las montañas de 
Chingaza, arriba de los 3.000 metros, y por encima de la capital colombiana.  Aldo Brando

Musgos y líquenes se recogen en la roca como huéspedes que viven de los elementos, por encima del suelo donde frailejones, chusques y pajonales terminan por hacer del páramo una infusión que fluye desde las montañas de Chingaza, arriba de los 3.000 metros, y por encima de la capital colombiana.    Aldo Brando.

El Dorado vegetal brota con la inflorescencia más generosa del 
páramo, en este frailejón de la laguna sagrada de 
Siecha, Cundinamarca.
 Aldo Brando

El Dorado vegetal brota con la inflorescencia más generosa del páramo, en este frailejón de la laguna sagrada de Siecha, Cundinamarca.    Aldo Brando.

Los 
primeros rayos del sol se filtran entre la espesura 
montañosa más alta de Colombia, en la Sierra Nevada de Santa Marta. 
 Aldo Brando

Los primeros rayos del sol se filtran entre la espesura montañosa más alta de Colombia, en la Sierra Nevada de Santa Marta.    Aldo Brando.

Hojas 
como abrigos de terciopelo dorado 
protegen a los frailejones del frío intenso, mientras 
en la penumbra de la laguna verde su corona parece 
irradiar la luz solar acumulada en el páramo de Guargua, Cundinamarca.  Aldo Brando

Hojas como abrigos de terciopelo dorado protegen a los frailejones del frío intenso, mientras en la penumbra de la laguna verde su corona parece irradiar la luz solar acumulada en el páramo de Guargua, Cundinamarca.    Aldo Brando.

Con un bosque limitado al laberinto entre afiladas crestas, la Cuchilla 
del Zorro se interpone en la frontera de los Andes con 
los llanos del Casanare.
 Aldo Brando

Con un bosque limitado al laberinto entre afiladas crestas, la Cuchilla del Zorro se interpone en la frontera de los Andes con los llanos del Casanare.    Aldo Brando.

Un colchón de nubes 
se extiende sobre los bosques del nevado 
del Huila, que gracias a su existencia como cinturón 
vegetal, lo convierten en uno de los glaciares más conservados del país. Aldo Brando

Un colchón de nubes se extiende sobre los bosques del nevado del Huila, que gracias a su existencia como cinturón vegetal, lo convierten en uno de los glaciares más conservados del país.   Aldo Brando.

Como aguas remanentes de gélidas épocas, dos lagunas se evaporan 
en el tiempo sobre la cumbre de la Cordillera Oriental, 
al norte del Huila. Aldo Brando

Como aguas remanentes de gélidas épocas, dos lagunas se evaporan en el tiempo sobre la cumbre de la Cordillera Oriental, al norte del Huila.   Aldo Brando.

Tormentas eléctricas 
destellan en la noche del volcán Galeras, 
mientras una de las bocas de su cráter deslumbra con 
el resplandor que anunciaba su actividad a finales de los ochenta.
 Aldo Brando

Tormentas eléctricas destellan en la noche del volcán Galeras, mientras una de las bocas de su cráter deslumbra con el resplandor que anunciaba su actividad a finales de los ochenta.    Aldo Brando.

Pajonales espontáneos se mecen
 con los fríos vientos del páramo de Güita, en Suesca, 
mientras el calor del verano se desvanece con la tarde en el cielo incendiado. Aldo Brando

Pajonales espontáneos se mecen con los fríos vientos del páramo de Güita, en Suesca, mientras el calor del verano se desvanece con la tarde en el cielo incendiado.   Aldo Brando.

Un aura alrededor del sol, oculto tras el frailejón, ilustra la alta radiación a la que está expuesta la vegetación de páramos como el 
de Chingaza, en Cundinamarca, adaptada a los 
drásticos cambios climáticos. 
 Aldo Brando

Un aura alrededor del sol, oculto tras el frailejón, ilustra la alta radiación a la que está expuesta la vegetación de páramos como el de Chingaza, en Cundinamarca, adaptada a los drásticos cambios climáticos.    Aldo Brando.

Velos de 
niebla aparecen de repente, dejando 
entrever el penacho de hojas de un frailejón entre la 
mística atmósfera andina del páramo de Chingaza, Cundinamarca.  Aldo Brando

Velos de niebla aparecen de repente, dejando entrever el penacho de hojas de un frailejón entre la mística atmósfera andina del páramo de Chingaza, Cundinamarca.    Aldo Brando.

Palmas de cera se erigen sobre el lomo de una montaña entre la bruma, que oculta a su paso el bosque nublado del valle de Cocora, en 
los Andes centrales del Quindío.
 Aldo Brando

Palmas de cera se erigen sobre el lomo de una montaña entre la bruma, que oculta a su paso el bosque nublado del valle de Cocora, en los Andes centrales del Quindío.    Aldo Brando.

Plantas epífitas recubren la superficie 
del tronco sobre el espejo de una laguna temporal, que 
refleja los árboles de la otra orilla en el páramo de Sumapaz, Cundinamarca. Aldo Brando

Plantas epífitas recubren la superficie del tronco sobre el espejo de una laguna temporal, que refleja los árboles de la otra orilla en el páramo de Sumapaz, Cundinamarca.   Aldo Brando.

Un remolino de espumas naturales, destiladas de la vegetación que 
rodea la quebrada, gira acorralado en la orilla rocosa del 
páramo de Ocetá, Boyacá. Aldo Brando

Un remolino de espumas naturales, destiladas de la vegetación que rodea la quebrada, gira acorralado en la orilla rocosa del páramo de Ocetá, Boyacá.   Aldo Brando.

Musgos y 
líquenes se recogen en la roca como 
huéspedes que viven de los elementos, por encima 
del suelo donde frailejones, chusques y pajonales terminan 
por hacer del páramo una infusión que fluye desde las montañas de 
Chingaza, arriba de los 3.000 metros, y por encima de la capital colombiana.  Aldo Brando

Musgos y líquenes se recogen en la roca como huéspedes que viven de los elementos, por encima del suelo donde frailejones, chusques y pajonales terminan por hacer del páramo una infusión que fluye desde las montañas de Chingaza, arriba de los 3.000 metros, y por encima de la capital colombiana.    Aldo Brando.

El Dorado vegetal brota con la inflorescencia más generosa del 
páramo, en este frailejón de la laguna sagrada de 
Siecha, Cundinamarca.
 Aldo Brando

El Dorado vegetal brota con la inflorescencia más generosa del páramo, en este frailejón de la laguna sagrada de Siecha, Cundinamarca.    Aldo Brando.

Conocido 
también como leoncillo, un perro de monte se 
aferra con su cola prensil a las ramas de un árbol en las montañas de Nariño.
 Aldo Brando

Conocido también como leoncillo, un perro de monte se aferra con su cola prensil a las ramas de un árbol en las montañas de Nariño.    Aldo Brando.

Entre el color 
análogo de las hojas y el tono metálico del rocío, un 
escarabajo avanza sobre un lupino, en el páramo de Pisba, Boyacá.
 Aldo Brando

Entre el color análogo de las hojas y el tono metálico del rocío, un escarabajo avanza sobre un lupino, en el páramo de Pisba, Boyacá.    Aldo Brando.

Con escamas iridiscentes a la luz solar, una polilla permanece 
inmóvil entre las inflorescencias del páramo 
de Ocetá, Boyacá.  Aldo Brando

Con escamas iridiscentes a la luz solar, una polilla permanece inmóvil entre las inflorescencias del páramo de Ocetá, Boyacá.    Aldo Brando.

Una pasiflora espera la llegada del colibrí pico de espada, ante el cual expone su polen en las terminaciones de los estambres  Aldo Brando

Una pasiflora espera la llegada del colibrí pico de espada, ante el cual expone su polen en las terminaciones de los estambres    Aldo Brando.

Pero 
la oportunidad para usurpar el néctar en la base de la flor es 
aprovechada por otro picaflor, que al estar dotado de un 
pico tan corto, no satisface las necesidades  Aldo Brando

Pero la oportunidad para usurpar el néctar en la base de la flor es aprovechada por otro picaflor, que al estar dotado de un pico tan corto, no satisface las necesidades    Aldo Brando.

Tras su captura por 
cazadores en las montañas de 
Cundinamarca, un águila real de páramo fue 
rehabilitada hasta su liberación en el páramo de Chingaza  Aldo Brando

Tras su captura por cazadores en las montañas de Cundinamarca, un águila real de páramo fue rehabilitada hasta su liberación en el páramo de Chingaza    Aldo Brando.

A las pocas semanas realizaba ya sus primeros vuelos nupciales, con un 
parejo que nunca imaginaría las penas de “Cautiva” en su paso por la civilización.  Aldo Brando

A las pocas semanas realizaba ya sus primeros vuelos nupciales, con un parejo que nunca imaginaría las penas de “Cautiva” en su paso por la civilización.    Aldo Brando.

Con penachos 
que parecen orejas, un búho permanece atento 
durante el día, a pesar de sus hábitos nocturnos en las montañas del Huila. 

 Aldo Brando

Con penachos que parecen orejas, un búho permanece atento durante el día, a pesar de sus hábitos nocturnos en las montañas del Huila.    Aldo Brando.

Un rostro con forma de antena parabólica, especializado en captar sonidos, se dibuja en dos jóvenes lechuzas que anidan entre una cueva en la 
Sierra Nevada de Santa Marta. Aldo Brando

Un rostro con forma de antena parabólica, especializado en captar sonidos, se dibuja en dos jóvenes lechuzas que anidan entre una cueva en la Sierra Nevada de Santa Marta.   Aldo Brando.

Los 
primeros rayos del sol se filtran entre la espesura 
montañosa más alta de Colombia, en la Sierra Nevada de Santa Marta. 
 Aldo Brando

Los primeros rayos del sol se filtran entre la espesura montañosa más alta de Colombia, en la Sierra Nevada de Santa Marta.    Aldo Brando.

Hojas 
como abrigos de terciopelo dorado 
protegen a los frailejones del frío intenso, mientras 
en la penumbra de la laguna verde su corona parece 
irradiar la luz solar acumulada en el páramo de Guargua, Cundinamarca.  Aldo Brando

Hojas como abrigos de terciopelo dorado protegen a los frailejones del frío intenso, mientras en la penumbra de la laguna verde su corona parece irradiar la luz solar acumulada en el páramo de Guargua, Cundinamarca.    Aldo Brando.

Elevaciones de la Serranía de Jarara en La Guajira proyectan su sombra como dunas en expansión. La altura permite a los bosques 
secos aprovechar un ambiente más fresco 
para su sobrevivencia. 
 Aldo Brando

Elevaciones de la Serranía de Jarara en La Guajira proyectan su sombra como dunas en expansión. La altura permite a los bosques secos aprovechar un ambiente más fresco para su sobrevivencia.    Aldo Brando.

Con su copete retraído mientras vuela, en 
un proceso de rehabilitación, el águila de montaña o guamán negro 
penetra con su mirada rapaz los bosques del pie de monte andino en los Llanos. Aldo Brando

Con su copete retraído mientras vuela, en un proceso de rehabilitación, el águila de montaña o guamán negro penetra con su mirada rapaz los bosques del pie de monte andino en los Llanos.   Aldo Brando.

Texto de: Arturo Guerrero

Después de fatigar de abajo arriba todo el espinazo de Suramérica, la cordillera de los Andes, que es la montaña más larga del mundo, se niega a morir en el norte en calidad de mole de una sola pieza. No bien llega a Colombia, se bifurca a la altura de un accidente conocido como Nudo de los Pastos. Más adelante el ramal derecho vuelve a bifurcarse en el Macizo Colombiano, que es el ojo de agua donde brotan cuatro ríos monumentales. Al final de su brío, cada brazo se divide en dos o tres dedos corrugados que languidecen sobre la llanura del Caribe y sobre el desierto de la baja Guajira.

Es como si los elementos telúricos que empujaron el levantamiento de los Andes y que brindaron excesivos picos de nieve a los países del sur y del centro del subcontinente, hubieran resuelto luchar contra la aniquilación que los esperaba en el extremo norte utilizando la estratagema de la dispersión de fuerzas. Esta necesidad, entonces, creó nuevos órganos, brazos, muñones, angustiados dedos. El resultado bendijo a Colombia, la hendió, le proporcionó valles con anatomía generosa, la hizo no una sino tres y más veces ascendente y descendente, fértil, caprichosa. No biodiversa, sino megadiversa.

Los tres ramales, central, occidental y oriental de los Andes colombianos determinaron la fractura de este país en regiones bien distintas y en pisos térmicos y biológicos de riqueza inusitada. Un complejo horizontal y vertical de cuestas, laberintos, ríos, lagunas, llanuras, páramos y volcanes difíciles de replicar en el planeta. La localización de bisagra entre continentes agregó al panorama del suelo un ingrediente también irrepetible. Colombia es el territorio por donde se unieron los viejos megacontinentes laurásico y gondwaniano, tras la emergencia del istmo panameño. Muchas especies vegetales de Laurasia penetraron a Gondwana y enigmáticamente detuvieron su expansión al sur de Colombia. El ejemplo más esclarecido es la presencia en todas las montañas de Colombia del único roble suramericano, el Quercus humboldtii, que habiendo entrado por arriba desde Norte y Centroamérica, se detuvo al sur del departamento de Nariño sin traspasar la frontera con Ecuador.

Tres procedencias distintas tiene también la fauna de los bosques altos colombianos. La tropical propiamente dicha, la patagónica que atropella desde el sur, y la laurásica del norte que compite con las dos primeras por las tierras altas y que antes de la existencia del istmo de Panamá pudo ingresar a saltos gracias a una cadena de islotes intercontinentales. Cada una de estas especies animales ha sufrido un larguísimo proceso de adaptación a las condiciones andinas, a los diversos climas, a las variadas vegetaciones que las montañas agregaron al neotrópico colombiano. Y esta evolución continúa.

De esta manera, Colombia no sólo es una rosa de los vientos y los climas, sino un vivero de las plantas y un criadero de los animales más diferenciados del planeta. Sobre su suelo, y gracias a la emergencia de la triple cordillera, el trópico americano aprehendió el frío y cobró todos los climas del orbe, y con los climas, íntegros los alientos de la vida. Aquí la evolución experimentó una inusitada aceleración que produjo una riqueza florística superior al Asia y al Africa. Aquí los bosques de niebla andinos tienen seis veces más especies de plantas epífitas vasculares y de musgos que el Africa. Y a pesar de que estos bosques cubren apenas el 0.2 por ciento de la superficie terrestre, albergan el 6.3 por ciento de las aves. Aquí las aguas se desbordan desde los páramos y le dan a Colombia el quinto puesto mundial en riqueza hídrica.

Cuatro son los niveles en los que se escenifica esta explosión evolutiva. Hasta los 1.500 metros sobre el nivel del mar, los bosques andinos colombianos guardan una vegetación y vida semejante a la de las selvas bajas del Amazonas. Es la tierra templada. Desde ahí, hasta los 3.000 metros, están los bosques de niebla, los misteriosos, serenos y abigarrados hábitat de especies todavía en gran parte no clasificadas. Entre los 3.000 y los 4.800 quedan los páramos, esos ecosistemas exclusivos de los países bolivarianos, Colombia, Venezuela y Ecuador, que son la fábrica del agua. En la cumbre, y hasta casi los 5.800 metros, flotan las nieves perpetuas de volcanes y nevados, los glaciares que coronan de estrellas al país.

La fiesta de la vida, sin duda, se celebra en los bosques de niebla, donde flora y fauna están ya caracterizados y donde la explosión evolutiva ha dado frutos todavía alejados de la ciencia del hombre. En efecto, los investigadores y naturalistas extranjeros y nacionales han consagrado sus mejores años al estudio de los bosques bajos, considerados “lo típico” del trópico, abandonando los superiores a los 1.500 metros a la imaginación de los novelistas que han poblado sus gasas de niebla con gnomos, duendes, elfos y otros sutiles seres elementales. Al aura del enigma contribuye el hecho de que en los bosques de niebla todo es duda, probabilidad, incógnita, nada es lo que aparenta, un velo perpetuo somete la realidad al filtro casual de la imaginación.

En estos andurriales son confusas las fronteras entre el suelo y la vegetación que lo cubre. El caminante ha de vacilar continuamente, porque esa base sólida sobre la que va a apoyar el pie puede resultar siendo la trampa de hojas y bejucos que utiliza el precipicio para engullir a los desprevenidos, o la falsa balsa bajo la cual se profundiza un lago de lodo. Un fragante árbol lleno de follaje puede ser un cadáver vegetal rodeado de plantas epífitas y sostenido en su muerte por un esplendor prestado. Un grueso tronco, bien examinado, oculta un endeble tallo recubierto de musgos. Todo es engañoso en estos lugares donde se pierde la identidad individual de las especies y donde fracasa la ley física de la impenetrabilidad de los cuerpos. Los animales se camuflan, de manera que los escarabajos suelen vestirse del verde de la hoja sobre la que medran y adicionalmente hacer brillar su escudo con el plata de las gotas de agua vecinas.

Y como si la apariencia no bastara para obnubilar la conciencia, el aire enfriado al pasar sobre la montaña pierde su capacidad de conservar el vapor, de tal modo que éste se convierte en diminutas gotas de cinco a cincuenta milésimas de milímetro de diámetro, que flotan conformando la niebla que todo lo hace evanescente y poético, y que en calidad de lluvia horizontal hurta sus misterios a la captación de los pluviómetros regulares incapaces de volverla ciencia y técnica. Son asombrosas las expresiones de ignorancia de los naturalistas frente a este ecosistema de los elfos. “Generalizada ignorancia”, “bosques llenos de sorpresas”, “enigmas tan fascinantes como los de la ciencia ficción”, “abrumadora falta de conocimientos”, estas son las confesiones de parte de los científicos que apenas rasguñan los humedales umbríos de los bosques de niebla, la mitad de cuyas especies vegetales no han sido descubiertas ni clasificadas. En estas regiones, cada excursión produce un hallazgo de géneros completos y aun de familias desconocidas no sólo en el país sino en el continente. Los magos todavía aquí tienen arduo trabajo como nombradores originales de todas las cosas.

Uno de los procesos más sorprendentes que se viven en los bosques de niebla es el de la polinización de las plantas. Cada especie ha desarrollado formas de cortejo orientadas a que su polen sea aprovechado con el menor desperdicio. Abejas, mariposas, escarabajos, pájaros, murciélagos, mamíferos, son atraídos por las flores mediante coqueterías de color, fragancia, sabor y formas específicas. Cada variación es una señal de orientación para un polinizador determinado, el cual, alelado, buscará ansiosamente un ejemplar de la misma especie para saciar el deseo creado por el original, y depositar así el polen en el destinatario exacto. Las intrincadas relaciones de las flores con sus polinizadores son una celebración de la armonía de la vida.

Y por encima de los bosques de niebla se extienden los páramos, como silbantes territorios del viento y de las aguas niñas. Permanecen en una contemplación de rocas y de plantas broncas en un ambiente que sufre cambios bruscos de temperatura. Por cada cien metros de ascenso sobre el nivel del mar, el páramo baja medio grado centígrado. Su cercanía a las alturas lo hace objeto de una elevada radiación solar que en el verano alcanza hasta doce horas diarias. La altísima luminosidad ha obligado a los frailejones, reyes vegetales del páramo, a desarrollar unas hojas plateadas, doradas, vidriosas y brillantes, que reflejan los excesos de la luz. Por eso no es extraño observar las coronas de estos frailejones, que a veces crecen como palmas de doce metros y a veces son rastreros, generando un fulgor amarillo propio de quien pare soles. Los páramos están cuajados de lagunas, muchas de ellas sin nombre, desde cuyo espejo verde se yerguen en el fondo del cielo las cúspides de nieve de los altos picos a donde únicamente se atreven las águilas.

Trópico
Visiones de la naturaleza colombiana /
Montañas

#AmorPorColombia

Trópico Visiones de la naturaleza colombiana / Montañas

Montañas

Con un bosque limitado al laberinto entre afiladas crestas, la Cuchilla 
del Zorro se interpone en la frontera de los Andes con 
los llanos del Casanare.
 Aldo Brando

Con un bosque limitado al laberinto entre afiladas crestas, la Cuchilla del Zorro se interpone en la frontera de los Andes con los llanos del Casanare.    Aldo Brando.

 

Un colchón de nubes 
se extiende sobre los bosques del nevado 
del Huila, que gracias a su existencia como cinturón 
vegetal, lo convierten en uno de los glaciares más conservados del país. Aldo Brando

Un colchón de nubes se extiende sobre los bosques del nevado del Huila, que gracias a su existencia como cinturón vegetal, lo convierten en uno de los glaciares más conservados del país.   Aldo Brando.

 

Como aguas remanentes de gélidas épocas, dos lagunas se evaporan 
en el tiempo sobre la cumbre de la Cordillera Oriental, 
al norte del Huila. Aldo Brando

Como aguas remanentes de gélidas épocas, dos lagunas se evaporan en el tiempo sobre la cumbre de la Cordillera Oriental, al norte del Huila.   Aldo Brando.

 

Tormentas eléctricas 
destellan en la noche del volcán Galeras, 
mientras una de las bocas de su cráter deslumbra con 
el resplandor que anunciaba su actividad a finales de los ochenta.
 Aldo Brando

Tormentas eléctricas destellan en la noche del volcán Galeras, mientras una de las bocas de su cráter deslumbra con el resplandor que anunciaba su actividad a finales de los ochenta.    Aldo Brando.

 

Pajonales espontáneos se mecen
 con los fríos vientos del páramo de Güita, en Suesca, 
mientras el calor del verano se desvanece con la tarde en el cielo incendiado. Aldo Brando

Pajonales espontáneos se mecen con los fríos vientos del páramo de Güita, en Suesca, mientras el calor del verano se desvanece con la tarde en el cielo incendiado.   Aldo Brando.

 

Un aura alrededor del sol, oculto tras el frailejón, ilustra la alta radiación a la que está expuesta la vegetación de páramos como el 
de Chingaza, en Cundinamarca, adaptada a los 
drásticos cambios climáticos. 
 Aldo Brando

Un aura alrededor del sol, oculto tras el frailejón, ilustra la alta radiación a la que está expuesta la vegetación de páramos como el de Chingaza, en Cundinamarca, adaptada a los drásticos cambios climáticos.    Aldo Brando.

 

Velos de 
niebla aparecen de repente, dejando 
entrever el penacho de hojas de un frailejón entre la 
mística atmósfera andina del páramo de Chingaza, Cundinamarca.  Aldo Brando

Velos de niebla aparecen de repente, dejando entrever el penacho de hojas de un frailejón entre la mística atmósfera andina del páramo de Chingaza, Cundinamarca.    Aldo Brando.

 

Palmas de cera se erigen sobre el lomo de una montaña entre la bruma, que oculta a su paso el bosque nublado del valle de Cocora, en 
los Andes centrales del Quindío.
 Aldo Brando

Palmas de cera se erigen sobre el lomo de una montaña entre la bruma, que oculta a su paso el bosque nublado del valle de Cocora, en los Andes centrales del Quindío.    Aldo Brando.

 

 Plantas epífitas recubren la superficie 
del tronco sobre el espejo de una laguna temporal, que 
refleja los árboles de la otra orilla en el páramo de Sumapaz, Cundinamarca. Aldo Brando

Plantas epífitas recubren la superficie del tronco sobre el espejo de una laguna temporal, que refleja los árboles de la otra orilla en el páramo de Sumapaz, Cundinamarca.   Aldo Brando.

 

Un remolino de espumas naturales, destiladas de la vegetación que 
rodea la quebrada, gira acorralado en la orilla rocosa del 
páramo de Ocetá, Boyacá. Aldo Brando

Un remolino de espumas naturales, destiladas de la vegetación que rodea la quebrada, gira acorralado en la orilla rocosa del páramo de Ocetá, Boyacá.   Aldo Brando.

 

Musgos y 
líquenes se recogen en la roca como 
huéspedes que viven de los elementos, por encima 
del suelo donde frailejones, chusques y pajonales terminan 
por hacer del páramo una infusión que fluye desde las montañas de 
Chingaza, arriba de los 3.000 metros, y por encima de la capital colombiana.  Aldo Brando

Musgos y líquenes se recogen en la roca como huéspedes que viven de los elementos, por encima del suelo donde frailejones, chusques y pajonales terminan por hacer del páramo una infusión que fluye desde las montañas de Chingaza, arriba de los 3.000 metros, y por encima de la capital colombiana.    Aldo Brando.

 

El Dorado vegetal brota con la inflorescencia más generosa del 
páramo, en este frailejón de la laguna sagrada de 
Siecha, Cundinamarca.
 Aldo Brando

El Dorado vegetal brota con la inflorescencia más generosa del páramo, en este frailejón de la laguna sagrada de Siecha, Cundinamarca.    Aldo Brando.

 

Los 
primeros rayos del sol se filtran entre la espesura 
montañosa más alta de Colombia, en la Sierra Nevada de Santa Marta. 
 Aldo Brando

Los primeros rayos del sol se filtran entre la espesura montañosa más alta de Colombia, en la Sierra Nevada de Santa Marta.    Aldo Brando.

 

Hojas 
como abrigos de terciopelo dorado 
protegen a los frailejones del frío intenso, mientras 
en la penumbra de la laguna verde su corona parece 
irradiar la luz solar acumulada en el páramo de Guargua, Cundinamarca.  Aldo Brando

Hojas como abrigos de terciopelo dorado protegen a los frailejones del frío intenso, mientras en la penumbra de la laguna verde su corona parece irradiar la luz solar acumulada en el páramo de Guargua, Cundinamarca.    Aldo Brando.

 

Con un bosque limitado al laberinto entre afiladas crestas, la Cuchilla 
del Zorro se interpone en la frontera de los Andes con 
los llanos del Casanare.
 Aldo Brando

Con un bosque limitado al laberinto entre afiladas crestas, la Cuchilla del Zorro se interpone en la frontera de los Andes con los llanos del Casanare.    Aldo Brando.

 

Un colchón de nubes 
se extiende sobre los bosques del nevado 
del Huila, que gracias a su existencia como cinturón 
vegetal, lo convierten en uno de los glaciares más conservados del país. Aldo Brando

Un colchón de nubes se extiende sobre los bosques del nevado del Huila, que gracias a su existencia como cinturón vegetal, lo convierten en uno de los glaciares más conservados del país.   Aldo Brando.

 

Como aguas remanentes de gélidas épocas, dos lagunas se evaporan 
en el tiempo sobre la cumbre de la Cordillera Oriental, 
al norte del Huila. Aldo Brando

Como aguas remanentes de gélidas épocas, dos lagunas se evaporan en el tiempo sobre la cumbre de la Cordillera Oriental, al norte del Huila.   Aldo Brando.

 

Tormentas eléctricas 
destellan en la noche del volcán Galeras, 
mientras una de las bocas de su cráter deslumbra con 
el resplandor que anunciaba su actividad a finales de los ochenta.
 Aldo Brando

Tormentas eléctricas destellan en la noche del volcán Galeras, mientras una de las bocas de su cráter deslumbra con el resplandor que anunciaba su actividad a finales de los ochenta.    Aldo Brando.

 

Pajonales espontáneos se mecen
 con los fríos vientos del páramo de Güita, en Suesca, 
mientras el calor del verano se desvanece con la tarde en el cielo incendiado. Aldo Brando

Pajonales espontáneos se mecen con los fríos vientos del páramo de Güita, en Suesca, mientras el calor del verano se desvanece con la tarde en el cielo incendiado.   Aldo Brando.

 

Un aura alrededor del sol, oculto tras el frailejón, ilustra la alta radiación a la que está expuesta la vegetación de páramos como el 
de Chingaza, en Cundinamarca, adaptada a los 
drásticos cambios climáticos. 
 Aldo Brando

Un aura alrededor del sol, oculto tras el frailejón, ilustra la alta radiación a la que está expuesta la vegetación de páramos como el de Chingaza, en Cundinamarca, adaptada a los drásticos cambios climáticos.    Aldo Brando.

 

Velos de 
niebla aparecen de repente, dejando 
entrever el penacho de hojas de un frailejón entre la 
mística atmósfera andina del páramo de Chingaza, Cundinamarca.  Aldo Brando

Velos de niebla aparecen de repente, dejando entrever el penacho de hojas de un frailejón entre la mística atmósfera andina del páramo de Chingaza, Cundinamarca.    Aldo Brando.

 

Palmas de cera se erigen sobre el lomo de una montaña entre la bruma, que oculta a su paso el bosque nublado del valle de Cocora, en 
los Andes centrales del Quindío.
 Aldo Brando

Palmas de cera se erigen sobre el lomo de una montaña entre la bruma, que oculta a su paso el bosque nublado del valle de Cocora, en los Andes centrales del Quindío.    Aldo Brando.

 

Plantas epífitas recubren la superficie 
del tronco sobre el espejo de una laguna temporal, que 
refleja los árboles de la otra orilla en el páramo de Sumapaz, Cundinamarca. Aldo Brando

Plantas epífitas recubren la superficie del tronco sobre el espejo de una laguna temporal, que refleja los árboles de la otra orilla en el páramo de Sumapaz, Cundinamarca.   Aldo Brando.

 

Un remolino de espumas naturales, destiladas de la vegetación que 
rodea la quebrada, gira acorralado en la orilla rocosa del 
páramo de Ocetá, Boyacá. Aldo Brando

Un remolino de espumas naturales, destiladas de la vegetación que rodea la quebrada, gira acorralado en la orilla rocosa del páramo de Ocetá, Boyacá.   Aldo Brando.

 

Musgos y 
líquenes se recogen en la roca como 
huéspedes que viven de los elementos, por encima 
del suelo donde frailejones, chusques y pajonales terminan 
por hacer del páramo una infusión que fluye desde las montañas de 
Chingaza, arriba de los 3.000 metros, y por encima de la capital colombiana.  Aldo Brando

Musgos y líquenes se recogen en la roca como huéspedes que viven de los elementos, por encima del suelo donde frailejones, chusques y pajonales terminan por hacer del páramo una infusión que fluye desde las montañas de Chingaza, arriba de los 3.000 metros, y por encima de la capital colombiana.    Aldo Brando.

 

El Dorado vegetal brota con la inflorescencia más generosa del 
páramo, en este frailejón de la laguna sagrada de 
Siecha, Cundinamarca.
 Aldo Brando

El Dorado vegetal brota con la inflorescencia más generosa del páramo, en este frailejón de la laguna sagrada de Siecha, Cundinamarca.    Aldo Brando.

 

Conocido 
también como leoncillo, un perro de monte se 
aferra con su cola prensil a las ramas de un árbol en las montañas de Nariño.
 Aldo Brando

Conocido también como leoncillo, un perro de monte se aferra con su cola prensil a las ramas de un árbol en las montañas de Nariño.    Aldo Brando.

 

Entre el color 
análogo de las hojas y el tono metálico del rocío, un 
escarabajo avanza sobre un lupino, en el páramo de Pisba, Boyacá.
 Aldo Brando

Entre el color análogo de las hojas y el tono metálico del rocío, un escarabajo avanza sobre un lupino, en el páramo de Pisba, Boyacá.    Aldo Brando.

 

Con escamas iridiscentes a la luz solar, una polilla permanece 
inmóvil entre las inflorescencias del páramo 
de Ocetá, Boyacá.  Aldo Brando

Con escamas iridiscentes a la luz solar, una polilla permanece inmóvil entre las inflorescencias del páramo de Ocetá, Boyacá.    Aldo Brando.

 

Una pasiflora espera la llegada del colibrí pico de espada, ante el cual expone su polen en las terminaciones de los estambres  Aldo Brando

Una pasiflora espera la llegada del colibrí pico de espada, ante el cual expone su polen en las terminaciones de los estambres    Aldo Brando.

 

Pero 
la oportunidad para usurpar el néctar en la base de la flor es 
aprovechada por otro picaflor, que al estar dotado de un 
pico tan corto, no satisface las necesidades  Aldo Brando

Pero la oportunidad para usurpar el néctar en la base de la flor es aprovechada por otro picaflor, que al estar dotado de un pico tan corto, no satisface las necesidades    Aldo Brando.

 

Tras su captura por 
cazadores en las montañas de 
Cundinamarca, un águila real de páramo fue 
rehabilitada hasta su liberación en el páramo de Chingaza  Aldo Brando

Tras su captura por cazadores en las montañas de Cundinamarca, un águila real de páramo fue rehabilitada hasta su liberación en el páramo de Chingaza    Aldo Brando.

 

A las pocas semanas realizaba ya sus primeros vuelos nupciales, con un 
parejo que nunca imaginaría las penas de “Cautiva” en su paso por la civilización.  Aldo Brando

A las pocas semanas realizaba ya sus primeros vuelos nupciales, con un parejo que nunca imaginaría las penas de “Cautiva” en su paso por la civilización.    Aldo Brando.

 

Con penachos 
que parecen orejas, un búho permanece atento 
durante el día, a pesar de sus hábitos nocturnos en las montañas del Huila. 

 Aldo Brando

Con penachos que parecen orejas, un búho permanece atento durante el día, a pesar de sus hábitos nocturnos en las montañas del Huila.    Aldo Brando.

 

Un rostro con forma de antena parabólica, especializado en captar sonidos, se dibuja en dos jóvenes lechuzas que anidan entre una cueva en la 
Sierra Nevada de Santa Marta. Aldo Brando

Un rostro con forma de antena parabólica, especializado en captar sonidos, se dibuja en dos jóvenes lechuzas que anidan entre una cueva en la Sierra Nevada de Santa Marta.   Aldo Brando.

 

Los 
primeros rayos del sol se filtran entre la espesura 
montañosa más alta de Colombia, en la Sierra Nevada de Santa Marta. 
 Aldo Brando

Los primeros rayos del sol se filtran entre la espesura montañosa más alta de Colombia, en la Sierra Nevada de Santa Marta.    Aldo Brando.

 

Hojas 
como abrigos de terciopelo dorado 
protegen a los frailejones del frío intenso, mientras 
en la penumbra de la laguna verde su corona parece 
irradiar la luz solar acumulada en el páramo de Guargua, Cundinamarca.  Aldo Brando

Hojas como abrigos de terciopelo dorado protegen a los frailejones del frío intenso, mientras en la penumbra de la laguna verde su corona parece irradiar la luz solar acumulada en el páramo de Guargua, Cundinamarca.    Aldo Brando.

 

Elevaciones de la Serranía de Jarara en La Guajira proyectan su sombra como dunas en expansión. La altura permite a los bosques 
secos aprovechar un ambiente más fresco 
para su sobrevivencia. 
 Aldo Brando

Elevaciones de la Serranía de Jarara en La Guajira proyectan su sombra como dunas en expansión. La altura permite a los bosques secos aprovechar un ambiente más fresco para su sobrevivencia.    Aldo Brando.

 

Con su copete retraído mientras vuela, en 
un proceso de rehabilitación, el águila de montaña o guamán negro 
penetra con su mirada rapaz los bosques del pie de monte andino en los Llanos. Aldo Brando

Con su copete retraído mientras vuela, en un proceso de rehabilitación, el águila de montaña o guamán negro penetra con su mirada rapaz los bosques del pie de monte andino en los Llanos.   Aldo Brando.

 

Texto de: Arturo Guerrero

Después de fatigar de abajo arriba todo el espinazo de Suramérica, la cordillera de los Andes, que es la montaña más larga del mundo, se niega a morir en el norte en calidad de mole de una sola pieza. No bien llega a Colombia, se bifurca a la altura de un accidente conocido como Nudo de los Pastos. Más adelante el ramal derecho vuelve a bifurcarse en el Macizo Colombiano, que es el ojo de agua donde brotan cuatro ríos monumentales. Al final de su brío, cada brazo se divide en dos o tres dedos corrugados que languidecen sobre la llanura del Caribe y sobre el desierto de la baja Guajira.

Es como si los elementos telúricos que empujaron el levantamiento de los Andes y que brindaron excesivos picos de nieve a los países del sur y del centro del subcontinente, hubieran resuelto luchar contra la aniquilación que los esperaba en el extremo norte utilizando la estratagema de la dispersión de fuerzas. Esta necesidad, entonces, creó nuevos órganos, brazos, muñones, angustiados dedos. El resultado bendijo a Colombia, la hendió, le proporcionó valles con anatomía generosa, la hizo no una sino tres y más veces ascendente y descendente, fértil, caprichosa. No biodiversa, sino megadiversa.

Los tres ramales, central, occidental y oriental de los Andes colombianos determinaron la fractura de este país en regiones bien distintas y en pisos térmicos y biológicos de riqueza inusitada. Un complejo horizontal y vertical de cuestas, laberintos, ríos, lagunas, llanuras, páramos y volcanes difíciles de replicar en el planeta. La localización de bisagra entre continentes agregó al panorama del suelo un ingrediente también irrepetible. Colombia es el territorio por donde se unieron los viejos megacontinentes laurásico y gondwaniano, tras la emergencia del istmo panameño. Muchas especies vegetales de Laurasia penetraron a Gondwana y enigmáticamente detuvieron su expansión al sur de Colombia. El ejemplo más esclarecido es la presencia en todas las montañas de Colombia del único roble suramericano, el Quercus humboldtii, que habiendo entrado por arriba desde Norte y Centroamérica, se detuvo al sur del departamento de Nariño sin traspasar la frontera con Ecuador.

Tres procedencias distintas tiene también la fauna de los bosques altos colombianos. La tropical propiamente dicha, la patagónica que atropella desde el sur, y la laurásica del norte que compite con las dos primeras por las tierras altas y que antes de la existencia del istmo de Panamá pudo ingresar a saltos gracias a una cadena de islotes intercontinentales. Cada una de estas especies animales ha sufrido un larguísimo proceso de adaptación a las condiciones andinas, a los diversos climas, a las variadas vegetaciones que las montañas agregaron al neotrópico colombiano. Y esta evolución continúa.

De esta manera, Colombia no sólo es una rosa de los vientos y los climas, sino un vivero de las plantas y un criadero de los animales más diferenciados del planeta. Sobre su suelo, y gracias a la emergencia de la triple cordillera, el trópico americano aprehendió el frío y cobró todos los climas del orbe, y con los climas, íntegros los alientos de la vida. Aquí la evolución experimentó una inusitada aceleración que produjo una riqueza florística superior al Asia y al Africa. Aquí los bosques de niebla andinos tienen seis veces más especies de plantas epífitas vasculares y de musgos que el Africa. Y a pesar de que estos bosques cubren apenas el 0.2 por ciento de la superficie terrestre, albergan el 6.3 por ciento de las aves. Aquí las aguas se desbordan desde los páramos y le dan a Colombia el quinto puesto mundial en riqueza hídrica.

Cuatro son los niveles en los que se escenifica esta explosión evolutiva. Hasta los 1.500 metros sobre el nivel del mar, los bosques andinos colombianos guardan una vegetación y vida semejante a la de las selvas bajas del Amazonas. Es la tierra templada. Desde ahí, hasta los 3.000 metros, están los bosques de niebla, los misteriosos, serenos y abigarrados hábitat de especies todavía en gran parte no clasificadas. Entre los 3.000 y los 4.800 quedan los páramos, esos ecosistemas exclusivos de los países bolivarianos, Colombia, Venezuela y Ecuador, que son la fábrica del agua. En la cumbre, y hasta casi los 5.800 metros, flotan las nieves perpetuas de volcanes y nevados, los glaciares que coronan de estrellas al país.

La fiesta de la vida, sin duda, se celebra en los bosques de niebla, donde flora y fauna están ya caracterizados y donde la explosión evolutiva ha dado frutos todavía alejados de la ciencia del hombre. En efecto, los investigadores y naturalistas extranjeros y nacionales han consagrado sus mejores años al estudio de los bosques bajos, considerados “lo típico” del trópico, abandonando los superiores a los 1.500 metros a la imaginación de los novelistas que han poblado sus gasas de niebla con gnomos, duendes, elfos y otros sutiles seres elementales. Al aura del enigma contribuye el hecho de que en los bosques de niebla todo es duda, probabilidad, incógnita, nada es lo que aparenta, un velo perpetuo somete la realidad al filtro casual de la imaginación.

En estos andurriales son confusas las fronteras entre el suelo y la vegetación que lo cubre. El caminante ha de vacilar continuamente, porque esa base sólida sobre la que va a apoyar el pie puede resultar siendo la trampa de hojas y bejucos que utiliza el precipicio para engullir a los desprevenidos, o la falsa balsa bajo la cual se profundiza un lago de lodo. Un fragante árbol lleno de follaje puede ser un cadáver vegetal rodeado de plantas epífitas y sostenido en su muerte por un esplendor prestado. Un grueso tronco, bien examinado, oculta un endeble tallo recubierto de musgos. Todo es engañoso en estos lugares donde se pierde la identidad individual de las especies y donde fracasa la ley física de la impenetrabilidad de los cuerpos. Los animales se camuflan, de manera que los escarabajos suelen vestirse del verde de la hoja sobre la que medran y adicionalmente hacer brillar su escudo con el plata de las gotas de agua vecinas.

Y como si la apariencia no bastara para obnubilar la conciencia, el aire enfriado al pasar sobre la montaña pierde su capacidad de conservar el vapor, de tal modo que éste se convierte en diminutas gotas de cinco a cincuenta milésimas de milímetro de diámetro, que flotan conformando la niebla que todo lo hace evanescente y poético, y que en calidad de lluvia horizontal hurta sus misterios a la captación de los pluviómetros regulares incapaces de volverla ciencia y técnica. Son asombrosas las expresiones de ignorancia de los naturalistas frente a este ecosistema de los elfos. “Generalizada ignorancia”, “bosques llenos de sorpresas”, “enigmas tan fascinantes como los de la ciencia ficción”, “abrumadora falta de conocimientos”, estas son las confesiones de parte de los científicos que apenas rasguñan los humedales umbríos de los bosques de niebla, la mitad de cuyas especies vegetales no han sido descubiertas ni clasificadas. En estas regiones, cada excursión produce un hallazgo de géneros completos y aun de familias desconocidas no sólo en el país sino en el continente. Los magos todavía aquí tienen arduo trabajo como nombradores originales de todas las cosas.

Uno de los procesos más sorprendentes que se viven en los bosques de niebla es el de la polinización de las plantas. Cada especie ha desarrollado formas de cortejo orientadas a que su polen sea aprovechado con el menor desperdicio. Abejas, mariposas, escarabajos, pájaros, murciélagos, mamíferos, son atraídos por las flores mediante coqueterías de color, fragancia, sabor y formas específicas. Cada variación es una señal de orientación para un polinizador determinado, el cual, alelado, buscará ansiosamente un ejemplar de la misma especie para saciar el deseo creado por el original, y depositar así el polen en el destinatario exacto. Las intrincadas relaciones de las flores con sus polinizadores son una celebración de la armonía de la vida.

Y por encima de los bosques de niebla se extienden los páramos, como silbantes territorios del viento y de las aguas niñas. Permanecen en una contemplación de rocas y de plantas broncas en un ambiente que sufre cambios bruscos de temperatura. Por cada cien metros de ascenso sobre el nivel del mar, el páramo baja medio grado centígrado. Su cercanía a las alturas lo hace objeto de una elevada radiación solar que en el verano alcanza hasta doce horas diarias. La altísima luminosidad ha obligado a los frailejones, reyes vegetales del páramo, a desarrollar unas hojas plateadas, doradas, vidriosas y brillantes, que reflejan los excesos de la luz. Por eso no es extraño observar las coronas de estos frailejones, que a veces crecen como palmas de doce metros y a veces son rastreros, generando un fulgor amarillo propio de quien pare soles. Los páramos están cuajados de lagunas, muchas de ellas sin nombre, desde cuyo espejo verde se yerguen en el fondo del cielo las cúspides de nieve de los altos picos a donde únicamente se atreven las águilas.

Trópico Visiones de la naturaleza colombiana / Montañas

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